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De repente, unas luces nos alumbran

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De repente, unas luces nos alumbran. No es hasta que escuchamos el carraspeo de una persona cuando nos separamos. Alzo la vista y me fijo en que hay dos hombres con linterna. Wade se separa de mí y yo me siento de inmediato. Ellos nos miran con cara de desaprobación.

—Aquí no se puede... acampar —habla uno de ellos deslumbrándonos con la luz.

Me tapo la cara y me levanto totalmente avergonzada. Cuando los veo mejor me doy cuenta de que llevan una placa en el pecho y me asusto tanto que me tropiezo y caigo sobre Wade. Qué vergüenza. ¿Y si nos detienen?

—Será mejor que recojan todo y se marchen a su casa —dice el otro con expresión de enfado.

Wade me ayuda a levantarme. De no ser por las linternas, todo estaría completamente oscuro. Recogemos todo a la velocidad de la luz y empezamos a descender por el mismo camino por el que vinimos. La bajada no cuesta tanto como la subida, o tal vez es la adrenalina la que ayuda, pero el camino hasta el coche se me hace mucho más corto.

Los hombres bajan con nosotros y se aseguran de que nos marchamos. Estoy aterrada y mi corazón lo sabe, casi entra en paro cardiaco. Wade arranca el coche y cuando pasamos al lado de los dos oficiales me doy cuenta de lo que pone en el rótulo.

—Guardia forestal —leo en un susurro y siento que un enorme peso desaparece.

Nunca me he metido en ningún problema ni he cometido ningún delito. No quiero que esta sea la primera vez y menos por hacer lo que estábamos haciendo.

Cuando por fin les dejamos de ver por el espejo retrovisor, se me escapa una carcajada que hace que Wade se sobresalte. Me mira por un segundo extrañado y acaba contagiándose de mi locura. Es realmente absurdo.

Al cabo de un rato, regresamos a la carretera.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —pregunto mordiéndome el labio.

Todavía siento un agradable cosquilleo por todo el cuerpo. No sé qué hora es, pero no quiero marcharme.

—Te llevo a casa —explica tras aclararse la garganta.

Sus labios están enrojecidos. Me encantaría volver a besárselos. Dios, ¿qué me pasa?

—¿Ya no vamos a ver el amanecer?

En el reloj del coche marcan las cuatro y media.

—¿Quieres verlo? —responde sorprendido.

Si quedarnos implica pasar más tiempo con él, entonces sí quiero verlo. No sé qué me pasa, pero estoy cansada de pensar.

—Sí —respondo tras pensarlo un rato.

Una sonrisa diminuta se dibuja en su rostro y yo también sonrío.

Conduce hasta llegar cerca de una playa. No hay nadie. Aparca lo más cerca y apaga las luces del coche. Nos quedamos mirando las curvas que hacen las olas hasta que finalmente habla.

Conquistando al chico de mis sueños © |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora