I

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--¡Pero la reputísima madre que te parió, Gabriel! --el grito que pegó Fausto en dirección a su amigo, quien sangraba sin parar por su labio y ceja, retumbó por la totalidad de aquel oscuro callejón. --¿A quién carajo se le ocurre hacer semejante cosa, hermano? Vas a hacer que nos maten a todos. --protestó.

Sus respiraciones estaban agitadas y la voz de Fausto salía con dificultad de su boca. La tremenda distancia que habían recorrido corriendo hasta ese momento los tenía físicamente al límite.

Gabriel paró en seco cuando sintió como sus piernas le pedían a gritos que detenga aquella intensa carrera, y sus pulmones parecían implorar por un poco de aire. Seguidamente, sus tres amigos compinches se detuvieron, imitándolo.
Posó sus manos sobre las rodillas y se inclinó hacia adelante, en un intento desesperado por recuperar la respiración normal. Se vio obligado a escupir sangre que provenía de vaya uno a saber cuál herida interna, y pudo notar a su vez cómo caían algunas gotas de su ceja.

Observó a Agustín prender un cigarrillo a su derecha y a Andrés comenzando a teclear rápido en su celular.
En cambio, Fausto lo observó por algunos segundos pero enseguida se alejó al comprobar que, dentro de todo, estaba bien y estable.

Ellos eran así.
Amigos que respetaban ciertos límites.

Gabriel sacó un pañuelo del bolsillo de su campera y retiró con un poco de agua la sangre seca que yacía por todo su rostro. Bufó al sentir ese pequeño ardor en la herida que aún no cicatrizó y amenaza con volver a sangrar; ya cansado de manchar su ropa por los golpes que él mismo se había buscado.

--El auto está acá cerca, gurises. Rajemos antes de que nos encuentren y nos linchen estos hijos de puta. --dijo Agustín quien, sin esperar respuesta alguna, se dirigió en sentido contrario al cual habían corrido desaforadamente minutos antes. --Y vos --dijo dándose vuelta parando su paso de pronto, quedando cara a cara con esos ojos verdes que chispeaban de la ira contenida. --, estoy cansado de decirte estas cosas, Gabriel. Vos sabes cómo es esto, vos sabes quiénes son estas personas y cómo se manejan. Los cuatro elegimos venir acá bajo ciertas pautas que parece que olvidas completamente una vez que estás metido en lo tuyo. --reprendió, con una actitud firme. --Pero no estás vos solo, pibe, somos un grupo. Y para serte sincero, no estoy dispuesto a morir gracias a alguna de tus pelotudeces de calentón. --finalizó, volviendo a caminar.

Gabriel bufó, siguiéndolos.

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