XXIX

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Mes quince

-Gallicchio, te esperan -dijo el guardia de turno, sacándolo de su estado de sueño. Gabriel frunció el ceño confundido, mientras se ataba las zapatillas. -No tengo todo el día, pibe. -

-Debe ser un error -musitó, más para sí que para el oficial. -Yo no espero a nadie -siguió. El guardia alzó sus hombros, desinteresado.

-Parece que alguien quiere verte, rulitos. Apurá -sentenció.

Gabriel se paró, recibiendo las esposas que el hombre ubicó tras su espalda rodeando sus muñecas sin rechistar. Realmente una chispa de esperanza colmó su ser; deseaba con todas sus fuerzas que fuera este chico de ojos marrones quien aguardaba en la sala de visitas para hablar un momento con él; para decirle que era mentira que lo había olvidado y para finalmente corroborar que era real, que seguía vivo...

Toda idea se esfumó al ver a Fausto sentado en la silla, tras la ventana con agujeros para poder conversar con facilidad. Frunció su ceño al sentarse.

El chico sonrió mínimamente al verlo. Estaba distinto, con el pelo más largo y los ojos más cansados que de costumbre. Su expresión se mantenía seria e inexpresiva, pero había una chispa de... ¿expectativa?, que emanaba de su mirada perdida.

-Hola, Gabi -saludó, cauteloso. Gabriel medio sonrió, medio hizo una mueca. Fausto suspiró y se pasó una mano por el pelo, nervioso. Bajó drásticamente el tono de su voz. -Perdoname, hermano. Sé que no vine antes, y sé lo solo que estuviste. Anduve en mil cosas después de lo que pasó, tuve que irme un tiempo y arreglar unas cosas... -dijo. Gabriel alzó su ceja.

-¿Cosas? Fausto... -respondió, dudoso. -¿Irte? ¿Dónde estuviste? -preguntó.

-En Uruguay, con Agustín. Cuando nos enteramos que te llevó la yuta y sabíamos que por ese momento no podíamos hacer nada, decidimos que lo mejor era irnos -comentó. Gabriel asintió. Los entendía; se habían cuidado la espalda. Él hubiera hecho lo mismo. -Aparte con todo este tema de que Renato se tomó el palo, ¿viste? Si nos quedábamos por ahí el pendejo nos delataba para sacarse culpa, o no sé... -dijo. Gabriel sintió como se le helaba la sangre.

Estaba vivo.

-¿Qu-qué? -la voz no le salía bien. Aclaró su garanta, sintiendo sus manos temblar de una manera traicionera sobre sus piernas. -¿Que Renato qué? ¿Que se, osea, se escapó? ¿Qué hizo, Fausto? -preguntó, con la voz agitada. Fausto hizo una mueca de confusión.

-¿Qué, no sabías? -preguntó. Gabriel negó. -El día que la yuta cayó en el hospital y te llevó, se lo quisieron llevar a él también, pero saltó el médico a decir que estaba en coma y que era momentáneamente imposible que se lo llevaran -comentó. -Entonces el pendejo, siendo el más vivo del mundo, se despertó y se fue del hospital quién sabe cómo... y nada, no dejó rastros. Se fue así nomás, como quién no quiere la cosa -concluyó.

La cabeza de Gabriel daba muchas vueltas. Sentía que iba a vomitar. Tragó duro, movió sus manos y se las pasó frenéticamente por el pelo. Su cabeza repetía sin parar las palabras de su amigo; no sabía cómo se sentía. Pero estaba vivo.

-¿No saben nada de él, Fausto? -susurró, con la poca voz que sintió que le quedaba.

-Nada. Parece que se borró de la faz de la tierra -afirmó. Gabriel asintió despacio.

-Pero está vivo, ¿no? ¿Eso es seguro? -preguntó, a lo que Fausto lo miró conmovido.

-Si, hermano, seguro. -afirmó. Estuvieron unos minutos en silencio, donde Gabriel loúnico que hizo fue pensar y Fausto, buscar las palabras. -Gabi -musitó. El aludido lo miró, y alzó sus cejas indicando que hable. -Con Andrés y Agustín ya tenemos casi toda la guita para sacarte de acá. Aguanta un toque más, hermano. Ya estamos -concluyó.

dangerWhere stories live. Discover now