XXV

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Gabriel apretó sus puños al sentir los gritos sedientos de pelea a su alrededor.

-Va a ser un placer cagarte a palo hoy, maricón de mierda. -seguía incitando el chico, mirándolo con superioridad.

Gabriel, por instinto, se quedó quieto. Si algo había aprendido a lo largo de todas las peleas que había tenido, era a no darle bola a los comentarios pre-enfrentamiento; sabía y entendía que era una forma de llamar la atención y desacatar al otro.

Lo miró, serio, y Bruno al notar la carencia de respuesta, sonrió de lado.

-Aparte de puto, cagón. -afirmó, riendo. -Y tu putita allá, mirándote... ojalá peleara él también así tendría la oportunidad de romperle la cara de maricón que tiene, sin que me lleven en cana... -escupió.

Gabriel sintió como toda la sangre subía a su cara.

En menos de medio segundo, ya había recorrido la distancia que separaba ambos cuerpos y ahora se encontraban frente a frente. Gabriel ahora ya no escuchaba los gritos de fondo, ya no sentía la presión del exterior. No podía mirar otra cosa más que esos ojos, que lo miraban con burla y lo incitaban a romperle la cara.

-Vos llegas a hablar de nuevo de mi novio, y yo te juro que... --

--¿Qué? ¿Me vas a pegar? -se acercó aún más, sin perder la sonrisa.

Gabriel trancó la mandíbula de tal forma que le dolió.

-Capaz que te rompo la cara de una piña si, salame de mierda. -refunfuñó.

-Bueno... -rió el chico. -Me vas a tener que pegar, porque voy a seguir criticando al maricón de tu novio todo lo que se me plazca. -

No fue necesario decir más.

El puño derecho de Gabriel se estampó en la cara del chico con tanta fuerza que su cara se giró bruscamente, descolocándolo por un momento. El chico quedó inmóvil, y lo vio sonreír con sangre cayendo de su boca, con total cinismo y bronca plasmada en su rostro. Pasó su antebrazo lentamente por la zona afectada, mientras Gabriel respiraba pesadamente y apretaba los puños bajo los enormes guantes que traía.

-Bastante bien para un putito. -musitó, antes de abalanzarse sobre él.

El cuerpo de Gabriel se vio inmediatamente afectado por un golpe directo sobre su nariz, el cual lo desorientó y lo hizo dar unos pasos atrás hasta caer al piso. Como pudo, se incorporó, antes de que al chico le diera tiempo a tirarse sobre él y tener que dar la pelea por perdida. Se incorporó como pudo, y pensó en Renato. Pensó en cómo lo había llamado; no había nada que odiaba más que eso.

Odiaba que sean despectivos con su novio.

A él podrían decirle mil cosas; insultarlo, golpearlo, desearle la muerte o apuntarle con un arma en el centro del pecho, que no le importaría. Pero con el paso de los días había descubierto que Renato era su punto débil; su novio era aquella persona a la cual Gabriel quería proteger de todo mal. Y ese hijo de puta se había metido con él, y había podido imaginar su carita al sentir esas palabras. Seguro lo había afectado, aunque él se mostrara fuerte.

Su fuerza de voluntad fue más grande que su capacidad física, y finalmente logró tirarse encima de Bruno para, de alguna manera, empezar a golpearlo con toda su fuerza en el rostro, en la cabeza, en el pecho...

No controlaba sus movimientos; sentía gritos, sentía la sangre que brotaba de varias partes tanto de su cuerpo como del de su contrincante.

Sintió como algunas lágrimas brotaban de sus ojos; la frustración y la bronca que sentía lo estaban superando por goleada.

¿Qué hacía? No sabía.

No sabía qué pasaba; no entendía bien los golpes que caían secos sobre ese rostro.

Tampoco entendía los que él estaba recibiendo, ni entendió por qué, ente toda la multitud de gritos, pudo sentir la voz de Renato gritando su nombre sin parar.

¿Qué?

Sentir la voz de Renato lo hizo caer en cuenta de lo que pasaba. Ya no eran él y Bruno; ahora sus brazos estaban tomados por dos hombres más grandes que él mientras recibía incontables golpes en su estómago.

Uno.

Dos.

Tres golpes.

¿Qué?

Vio a Fausto, a Andrés y al padre de Renato aparecer. No entendió bien; pero cuando quiso mirar al rededor era como una batalla campal. La sangre corría por doquier; sentía el gusto metálico característico inundar su boca. Ya estaba casi inconsciente... ¿qué pasaba?

¿Y Renato?

Sintió un disparo.

Cerró los ojos.

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