XXXII

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-Hola, Gabriel -le dijo.

Era el padre de Renato, parado en su puerta con la sonrisa cálida que siempre había tenido. Se removió incómodo al ver la cara perpleja del rizado, quien no había reaccionado de manera rápida ya que se había quedado atónito ante su presencia.

-Hola -respondió. Sacudió su cabeza, intentando ordenarse. -Pasa, pasa. Adelante -invitó.

Luego de escuchar un 'gracias', se dirigieron hasta el sillón y Gabriel le ofreció un café batido.

Sonrió para si al recordar a Renato y su máquina.

Suspiró.

-Mira, Gabriel, creo que es obvio por qué vine. Nunca tuvimos mucha relación nosotros, ni hemos hablado demasiado. Sin embargo, por lo poco que supe y hablé hace mucho con mi hijo, sé que te quiso. Te quiso mucho -dijo. Gabriel asintió, dudoso. -Bueno, por eso estoy acá. Sé que saliste hace unos meses de la prisión, y no sé si te enteraste del paradero de Renato en este último tiempo -siguió, medio diciendo medio preguntando.

-Me enteré muchos meses después que se había fugado. Sinceramente no supe nada de él por muchos meses. Pensé de todo, que estaba preso en otro lado, en coma, muerto... -dijo, mientras se rascaba la cabeza. -Pero un amigo fue a visitarme y me contó -el hombre asintió.

-Bueno, sí. Estuvo en Brasil aproximadamente dieciocho meses, y después volvió -dijo. Gabriel frunció el ceño.

-¿Dieciocho meses? -murmuró. Ahí empecé a salir con Tatiana. -¿Cómo que volvió? -estaba confundido.

-Si, Gabi, volvió -musitó, calmado. -Y volvió a irse, y volvió a volver -dijo, riendo un poco por su juego de palabras. -Y ahora está en su casa. Solo -articuló. Gabriel asintió.

-¿Y decís que quiera verme? -preguntó.

Estaba increíblemente inseguro ahora. Se sentía vulnerable, expuesto, nervioso; la persona que creyó desaparecida estaba a unos minutos de él, quién sabe hace cuánto, y recién se enteraba. Estaba atónito.

Observó al hombre moverse un poco, sonriendo de costado y sintiendo con lentitud.

-Encontré las paredes de su cuarto graffiteadas con tu nombre en distintas caligrafías... -dijo. Gabriel abrió los ojos; tanto, que sintió que se le iban a salir. -Una pared entera, Gabriel. Una pared entera con tu nombre. Y volvió hace una semana a su apartamento. Si eso no te dice nada, es porque no querés verlo... -alentó. Gabriel asintió rápidamente.

Iba a ir.

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