XXIV

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La cabeza de Gabriel oscilaba de un lado a otro.

No estaba ni muy acá ni muy allá; no estaba ni presente ni ausente.

El techo gris le parecía peculiarmente interesante hoy, pensaba cuántos secretos guardaría esa extensión de hormigón...

-Entonces vos le pegas más de arriba, porque tiende a defender abajo y... ¡Gabriel, la puta madre! ¿Dónde estás, hermano? -la voz de Agustín lo trajo de nuevo a la realidad, chasqueando sus dedos frente a su cara.

-Si, si, perdón... -susurró, con la voz débil. Miró alrededor y a unos metros divisó a Renato mordiendo frenéticamente sus uñas, hablando con Fausto y con su padre.

En un momento, el castaño dirigió sus ojos hacia los suyos, haciendo contacto.

Gabriel flaqueó.

-Hermano, dale, acá estamos; te preciso acá, Gabriel. -continuó Agustín, notablemente irritado. Gabriel volvió sus ojos hacia la cara del pelinegro y asintió. -Estamos a 10 minutos de la última pelea, Gabriel, concentrate que esto nos puede costar toda la guita... o más. -

-

Había más gente de lo habitual hoy. El estacionamiento abandonado estaba colmado de personas, las cuales seguramente se habían enterado por medio de algún buchón lo que sucedería esa noche allí.

Ya era costumbre; aparentemente las peleas serían privadas y cerradas a las personas ajenas a los grupos, pero siempre terminaban metiéndose espectadores que no tenían idea de todo lo que sucedía tras esa pelea callejera.

Gabriel giró su cabeza hacia un costado, luego hacia el otro, atrás y adelante.

Estaba estresado. Nervioso. Expectante.

Caminaba junto a su grupo y Renato rumbo a donde sería el precario ring de pelea; allí lo esperaban los Bedigian.

El mero hecho de verles la cara le resultaba algo vomitivo.

Pararon en lo que vendría a ser 'su sector', Gabriel se sentó en una silla y dejó que Fausto le coloque los guantes, y la protección necesaria para no lastimar de forma grave ciertas zonas del cuerpo. Agustín le hablaba, pero él lo sentía lejos; no podía creer que hoy terminaba todo esto que estaba acostumbrado a hacer desde hacía ya varios años.

Todas miradas de las personas yacían sobre él y sobre su contrincante; por lo que había oído, se llamaba Bruno y tenía 24. Su cuerpo no era muy distinto al suyo; le sacaba un par de centímetros a Gabriel, pero sin embargo parecía más delgado. Gabriel asintió un par de veces hasta que sintió como el mismo hombre de siempre convocaba a los boxeadores a irse acercando al ring.

Gabriel suspiró.

Antes de poder pararse, ya tenía el cuerpo de Renato muy cerca de él. Retiró el protector de su boca y dejó que el pequeño se colgara de su cuello, pegando sus frentes mientras liberaba un suspiro cansado.

-Vos podes, mi amor... -le dijo. Gabriel asintió, aceptando con gusto el beso que el chico le ofreció. Una vez se separaron y el chico susurró un 'suerte, bebé', y prácticamente huyó junto a su padre.

Y allí, Gabriel se dio cuenta de lo que estaba a punto de hacer.

Pensó en las consecuencias.

Pensó en su padre.

Pensó en Renato.

Pensó en cómo cambiaría su vida luego de eso.

Y emprendió camino hacia el lugar.

Una vez ambos chicos estuvieron en el ring, sintió los gritos ensordecedores que inundaron sus oídos. Lo cegaron unas luces que siempre colocaban allí, y la voz fuerte y clara del 'juez' quien hablaba para un parlante.

-No sabía que iba a tener que cagar a palo a un puto... -dijo el chico parado enfrente a él, con mueca de asco.

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