VI

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Renato escuchaba atento al relato del ojiverde. De vez en cuando, dejaba besos sobre la cicatriz que descansaba bajo el labio del mismo y Gabriel sonreía.
Mientras hablaba, Tato lo miraba expectante con ojitos curiosos, asintiendo en ciertos momentos de la anécdota que eran cruciales.

Era increíble como había cambiado de actitud desde hacía un par de horas que se habían conocido hasta ahora.
Gabriel sentía que había conocido a un chico de veintipocos, de los típicos calentones que saben lo que hacen; pero ahora estaba observando la forma que tenía Renato de escucharlo hablar y entenderlo, y realmente sentía estar delante de un pequeño adolescente.

Sentía como que Renato quería tomar todo de él, analizando cada parte; como si fuera una bomba contratiempo que pronto detonaría.

Gabriel sacudió su cabeza ante la voz del menor que le hablaba.
--¿Y entonces? ¿Qué pasó? --indagó, trazando círculos sobre la piel desnuda del estómago de Gabi reiteradas veces.
--Y entonces, gané. --contestó. --Bah, ganamos; pero parece que nunca les basta y no les gusta nada perder tanta guita. --afirmó Gabriel, señalando pesadamente la mochila que reposaba sobre el piso a unos metros de Renato. --Entonces nos cagaron más a palo, nos quisieron sacar la guita y los anillos de mi viejo; que aunque era un trato que nos lo devuelvan parecía todo chuparles un huevo... y no nos sorprendió nada, la verdad. Pero nos empezaron a seguir y tuvimos que correr una bocha de cuadras. La pase muy mal.. --dijo medio bromeando medio enserio, pero provocando una risita de parte del castaño, quien estaba en busca de atención, otra vez.

Renato se abalanzó sobre su cuerpo de nuevo, tomando los labios de Gabriel con los suyos creando una fricción que, a su parecer, era perfecta.

--Sos insaciable, pendejo... --comentó, mientras miraba desde arriba como Renato mordia su labio y bajaba, por cuarta vez en esa noche, su boxer.

(...)

El olorcito a mañana inundaba la casa.

Los rayitos de luz empezaban a hacerse sentir sobre el cuerpo cálido de Gabriel.
Estiró sus brazos y bostezó, tranquilo.

Abrió los ojos.

Algo no está bien.

Movió su cabeza hacia su costado derecho. Esperó. Volvió a cerrar los ojos, para volver a abrirlos y así por unos minutos.

Tomó la carta.

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Supiste cómo lograr que me derrita bajo tu tacto como si yo fuera el mismísimo oro fundido.
Sin embargo, sos tan maleable como el cobre y pude hacer de vos mil hilos, en los cuales inventarme las distintas personalidades puede ser mi objeto de entretenimiento de la noche.
Tenes lindo abdomen y muy linda pija. Pero sos bastante boludo.
Nos vemos por ahí.

Renato Quattordio Bedigian.
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Cerró los ojos con fuerza.
Los abrió.

La mochila no estaba.

Se agarró el pelo con fuerza y marcó un número que sabía de memoria.

--Eh, si, ¿Fausto? Escuchame... tenemos un problema. --soltó.

dangerWhere stories live. Discover now