XXII

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Renato prendió las luces y suspiró pesado al ver el quilombo del living de su casa.

Por supuesto, el culpable era Gabriel.

La noche anterior había sido la primera en la cual el castaño lo había llevado a su apartamento; y fue tal la calentura con la que llegaron que terminaron cogiendo en el sillón del living y durmiendo allí, ya que no se sintieron capaces de recorrer la distancia hacia la habitación, a unos metros de allí. Si bien ya hacía un mes estaban saliendo, cada vez que se veían era en lugares exteriores a sus casas o en el departamento de Gabriel. Esto se debía a que Renato nunca lo invitaba, no por nada en especial; y a Gabriel le daba vergüenza pedirle que lo invite. Entonces, la noche anterior había sido la primera visita la cual, no fue para nada fructífera debido a que no hicieron nada más que garchar, dormir e irse del apartamento muy temprano en la mañana. Era por eso; que esta era como la primera vez oficial.

Eran las 9 de la noche, y Renato observó desde la cocina como Gabriel recorría con la mirada el lugar, en su totalidad. Lo vio acercarse a varios cuadros de él cuando era pendejo; lo vio recorrer sus estanterías colmadas de libros, leyendo los títulos de autores que no había escuchado nombrar en su vida.

-Pareces muy interesado en Foucault, lindo. -musitó, provocando que Gabriel se voltee a verlo con una sonrisa confusa. -No sabía que, aparte de boxeador y bueno en el sexo, eras filósofo. Cada vez me calentas más... -siguió, mientras el rizado observaba la evidente mueca de ironía que se presentaba en su rostro.

-No entiendo un pomo, pero espero que algún día me expliques. -respondió. Renato sonrió.

-No creo que entiendas, pero, por ahí si te hago unos dibujitos... -molestó.

-Ah, pero sos un vivo bárbaro. -dijo, alzando sus manos y provocando que la lengua del castaño se encierre ente sus dientes en una sonrisa.

-Si, viste... Che, ¿querés un café? Estoy por prender la máquina y... -fue interrumpido por la voz particular que ponía Gabriel al querer burlarse.

-Ay, ay, ay, la máquina... cuidado. -se burló. Renato alzó las cejas.

-Si Gabriel, la máquina. La máquina que hace café. -rió. -¿Cuál querés que te haga? Tengo mocea, capuchino, vainilla... -Gabriel frunció su ceño.

-¿No tenes café en polvo para poner en una taza y batir? Así se toma el café, papi, dejate de joder con máquinas y cosas raras... -respondió.

-Que villero que sos... -respondió, en tono broma.

Renato le batió un café y se preparó un capuchino para él. Seguido esto, se fue a sentar al sillón dejando sus cuerpos con una distancia considerable, ofreciéndole la taza la cual aceptó con un 'gracias', con su atención ahora centrada en la pantalla de la televisión. Era sábado, por lo que pasaban el programa favorito de Gabriel. Estaba muy concentrado en observar la pantalla.

Pero la incomodidad de Renato era evidente.

-Che, chiquito, ¿pasa algo? -preguntó sin mirarlo, pero leyendo con facilidad su lenguaje corporal por el rabillo del ojo. -Tenes las piernas enrolladas arriba del sillón y estás sosteniendo la taza con las dos manos. Aparte, esas soplando mucho el café, vos nunca haces eso. -enumeró. -Y aparte casi te sacas sangre del labio de tanto morderlo, pendejo, contame qué pasa.

Renato suspiró. Era increíble cómo había aprendido aentenderlo sin siquiera necesitar hablar en cuestión de un mes.

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