XXVII

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Mes número cinco.

A veces Gabriel confundía los días de las noches y las tardes de las mañanas; no sabía bien cómo diferenciar las 2 de la tarde a las 8 de la mañana.

Estaba perdido; a veces ni siquiera lograba sentirse como él.

Sus manos casi siempre estaban frías y su cuerpo débil; por más de pasar la mayor parte de su tiempo libre ejercitando, logrando marcar aún más su cuerpo esbelto. Estaba flaco; la escasa comida y la gran carga horaria de actividad física que realizaba lo había llevado a condiciones físicas que, de ser en otro contexto, lo hubieran llevado de arrastro a un nutricionista para así controlar su metabolismo de forma óptima.

Gabriel reía para sus adentros al pensar de más. Acá no había nutricionista; acá no había nada.

Sentía que el tiempo se había tornado en algo eterno, interminable, algo pesado y casi que imposible de medir. Todos los días eran iguales, monótonos; ya nada lo motivaba más que la vaga esperanza de volver a su vida normal, donde su preocupación más grande solía ser cuánto ganaría ese mes y qué regalo iba a permitirse comprar.

¿Qué día era? Realmente no lo sabía.

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Mes número nueve.

Había perdido la cuenta después del mes número nueve, tornándose así el resto del tiempo en algo meramente efímero, pero lastimosamente permanente a la vez; creando de esa forma la más espantosa de las contradicciones.

Gabriel, realmente, no había caído ni se había dado cuenta de su realidad hasta que sucedió algo que, de manera ampliamente dolorosa e inevitable, lo hizo darse de lleno contra la pared.

Se le había olvidado el olor de Renato.

Ni bien entró a la prisión, el olor característico que emanaba el cuerpo del chico estaba impregnado en su piel de tal manera, que pudo sentir la fragancia revolotear por su celda por muchos, muchos meses. Él sabía que esto era algo puramente psicológico, debido a que no tenía nada físico que le recordara a él; pero le bastaba para mantener vivo el recuerdo. Pero el tiempo había pasado de forma inevitable, y su cerebro de pronto ya no mantenía esa necesaria información y ese recuerdo que tenía de a poco se iba desvaneciendo.

Las marcas de su piel se habían esfumado en su totalidad; no había rastros del calor de los dedos del castaño que quemaban al hacer contacto sobre su piel. Ya no podía recordar cuál era el peso exacto de Renato, aún así había pasado eternas noches durmiendo debajo de él siendo preso de su cuerpo; dejando en claro que era un chico que necesitaba ser acurrucado. Su mente había suprimido el recuerdo de su voz en las mañanas, ya no recordaba con exactitud cómo era el timbre de su habla después del segundo café en la mañana, ni la manera en la que su voz se agudizaba al gemir bajo su tacto.

Había memorizado todo de Renato; pero no había bastado. Ahora era todo casi un recuerdo mal vivido, pero bien soñado; lo único que aún conservaba era la vaga sensación de sus labios moviéndose con soltura sobre los suyos, llenándolo de todo el amor y el placer que sólo ese chico de veintiún años había podido brindarle en toda su vida.

Se aferraría a eso; el camino sería largo.

dangerWhere stories live. Discover now