XVI

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(...)

Sentía la garganta seca.

Muy, muy seca.

No podía tragar; no podía abrir los ojos.

Sentía su cuerpo muy pesado contra la ¿silla? en la cual se encontraba.

Intentó mover sus pies, no pudo. Tampoco pudo mover sus brazos, ni sus pies.

Gruñó algo inentendible hasta para sí mismo. Directamente no podía moverse.

Devolvió su atención hacia dónde se encontraba. Silla.

¿Por qué estaba en una silla?

Abrió los ojos de golpe, pero los cerró inmediatamente después debido a la luz de la habitación que, si bien era tenue, había logrado cegarlo momentáneamente.

Pestañeó un par de veces intentando acostumbrarse al cambio de luz y, una vez logrado su cometido, deseó jamás haber salido esa noche. Deseó, con todas sus fuerzas, no haber hecho ese recorrido vuelta a casa que lo hizo volver a toparse con ese hermoso, pero irritante ser.

Un Renato lo miraba a lo lejos, con su clásica sonrisa cínica plasmada en su cara. Su cuerpo estaba vestido de negro en su totalidad; su pelo, un poco más largo de lo que Gabriel recordaba. Mantenía su cuerpo apoyado contra una mesa, sus brazos estaban cruzados y tenía un aire de superioridad que podía palparse en el ambiente.

De pronto, Gabriel estaba irritado.

Estaba convencido, hasta hace algunas horas, que quería volver a ver a Renato con todas sus fuerzas. Pero, no así. Estaba seguro de que no de esta forma.

--Si no tomas agua te me vas a morir deshidratado, bonito. --su voz sonaba suave, pero sin dudas había una pizca de sorna en su hablar. Lo estaba disfrutando. Vio su cuerpo moverse hasta una mesa próxima a donde él se encontraba, y tomó de allí una botellita de agua. Se acercó con total seguridad y soltura hacia él, y en un movimiento destapó la botella y la acercó a sus labios. --Abrí. --ordenó, y Gabriel obedeció pasados unos segundos. Lo vio alejarse.

--Pensé que estabas muerto. --confesó. Renato rió, achinando ampliamente sus ojos.

--Hierba mala nunca muere, Gallicchio... --musitó. --Aparte, uno más cagón que el otro entre vos y tu amigo, eh. Uno que se queda petrificado mirándome y el otro que me pega en el brazo... la verdad es que entre los dos no hacen uno. --rió más fuerte irritando a Gabriel aún más, si eso era humanamente posible.

--Fausto no quiso matarte. --gruñó. No sabía por qué había tenido la necesidad de defender a su amigo ante su comentario. Renato elevó una ceja y esbozó una media sonrisa. --Es obvio que si te hubiera querido matar lo hubiera hecho, pero nosotros no hacemos eso. No somos asesinos, ni nada por el estilo. --completó Gabriel, cabizbajo.

--¿Y vos? --preguntó Renato. El rizado lo miró, extrañado.

--¿Yo qué? --su voz salía como un hilo.

Observó ese esbelto cuerpo moverse con gracia hacia donde él estaba sentado.

Se acercó, se acercó y se acercó; tanto, que sus brazos ahora estaban posados uno al lado de su cuerpo, manteniendo su peso con sus manos en los costados de la silla.

Su cara estaba peligrosamente cerca. Quiso moverse, pero estaba atado.

Pequeño detalle.

--¿Vos querías matarme, Gabi? --preguntó muy cerca de su boca. Gabriel tragó saliva. --Porque eso no parecía por la forma en la que te temblaban las manos y no podías dejar de mirarme a la cara. --concluyó. --En definitiva, resultaste un cagón. --sonrió.

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