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Todo pasó muy rápido.

--Gabriel, Gabriel, Gabriel.. ¡Gabriel! --

¿Quién le hablaba?
No entendía.

--Gabriel movete, man, la puta madre.. --

Reconoció la voz.

--Fausto, ¿qué pasa, loco? --todavía no entendía bien qué pasaba, pero había logrado salir de ese trance del alcohol mezclado con la nube de placer que había transitado hacía minutos.
Atinó a agarrar la mano de Renato, enlazando sus dedos.
Observó cómo de pronto estaba siendo arrastrado por Fausto a través de la pista rumbo a la puerta trasera; el bar ahora estaba mucho más concurrido y era sencillo perderse entre tanta gente.

Al llegar todos a la salida -luego de parar para que Renato tome su mochila de una de las mesas-, acordaron en que debían pasar la noche en el cuarto de hotel donde se habían hospedado esa misma tarde. Habían dejado todas sus pertenencias allí, incluida su ropa y por sobre todo aquel bolso.

--Gabi, yo ando en mi auto, si querés vamos.. --comentó el chico. Gabriel sonrió con sorpresa ante esto.
--Ah, ¿así que vos te venís conmigo? --preguntó, encantado. Renato sonrió.
--Creo que tenemos cosas pendientes. --concluyó el menor, dándole un beso en los labios.

(...)

Los rulos sudados de Gabriel caían en su frente de la manera más desordenada posible. El pelo de Renato, por su parte, se mantenía perfecto.
O eso era lo que veía Gabriel desde su posición, donde lo tenía acurrucado contra él luego de tener sexo varias veces en esa madrugada.

--¿Me vas a contar que fue todo eso? --preguntó Renato, extrañado.
--¿Qué cosa? ¿Los orgasmos que sentiste? Mira... --bromeó.
--Imbécil, enserio. --contestó Renato entrecerrando sus ojos, incorporándose para ahora pasar a estar sentado frente a Gabriel.

Pasó sus dedos delicadamente por las heridas del mayor; primero por sus labios marcados, subiendo hasta llegar a su ceja rota. Lo miró con pena.

--Debo ser un boludo por esto, pero... me inspiras confianza, y necesito hablar. -- Renato asintió, atento al relato que comenzaba.

--¿Vos estás seguro de que querés hacer esto otra vez, no? --preguntó Agustín, con un poco de inseguridad en su voz.
--Obvio que si, Agustín. ¡No tenemos que dejar que este grupo de hijos de mil puta se salgan con la suya cada vez que quieran! --gritó. --Mataron a mi viejo, loco, y al tío de Fausto. Todo por esta mierda de las peleas y la guita... si los forros se piensan que van a salir ilesos de esta mierda, están más que equivocados. --afirmó Gabriel.

Él y sus amigos -que eran como sus hermanos-, estaban en en esta movida del boxeo clandestino hacía ya más de dos años. Gabriel era un excelente boxeador, y había entrado a toda esa rosca por una cuestión de mera necesidad económica.
Empezó a pelear por dinero, los viernes y sábados de cada mes.
Volvía hecho mierda a su casa, dolido, a veces con fracturas o esguinces. Pero también volvía con más capital que el que poseía cuando este abandonaba el hogar, asi que le servía.

Pero este día sería diferente.
Sería la última pelea.
Una última pelea con los dos mejores boxeadores de los team más populares; donde el ganador se llevaría casi 3 millones de pesos y el privilegio de poder burlarse 'sanamente' de aquellas personas que les cagó la vida tantas veces.
Finalmente, iban a poder desterrar a la familia Bedigian, aquella que les había dado tantos dolores de cabeza y que les había quitado tanto.
En especial, al papá de Gabriel.

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