XVII

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--No soy ningún cagón, Renato. --dijo entre dientes. De verdad lo irritaba.

--Ah, ¿no? A mi me pareció que si... --la cercanía lo iba a matar en cualquier instante. --¿Ves? Gabi, ni siquiera logras sostenerme la mirada ahora. ¿Te pones nervioso, che? Cagón.

--Mira, dejame decirte que la persona que drogó y arrastró a otra hasta acá, la ató a una silla y ahora quiere amenazar bajo la clara ventaja que tiene sobre la otra, sos vos. Vos, Renato. Así que replantea en tus adentros quién es el cagón. --dijo Gabriel notablemente enojado por el apodo que le estaba diciendo, dejando sus pulmones sin aire. Pudo sentir la sonrisa de Renato casi sobre su boca.

--Sos tan lindo cuando te enojas. --le susurró. Gabriel pasó saliva. Se sentía un total imbécil porque la escasa distancia que reinaba entre ambos cuerpos lo estaba haciendo delirar; sentía que dentro de poco ya no podría controlar su cuerpo y sería guiado meramente por sus impulsos carnales hacia ese chico castaño.

Pero estaba atado. No se podía mover.

--Renato... --musitó su nombre mientras comenzaba a sentir pequeños besos sobre el lado derecho de su tensa mandíbula. --Renato, ¿por qué me ataste? ¿Qué hago acá?... --logró decir, cuando sus ojos ya se encontraban cerrados debido al contacto.

Renato se separó de su cuello, y lo observó.

--Porque quería verte. --le dijo. Gabriel alzó sus cejas.

--¿Y tenías que drogarme y atarme a una silla para lograrlo? Podías escribirme, pendejo... lo haces todo turbio y difícil. --se quejó, y el chico mordió su labio.

--Pero así es más divertido, bonito. --concluyó.

Las manos de Gabriel estaban atadas tras el respaldo de la silla, y sus piernas semi abiertas atadas también de una manera no muy fuerte pero que, sin embargo, imposibilitaba el movimiento. Renato se aprovechó de la situación y, en cuestión de segundos estaba a horcajadas sobre el cuerpo del rizado; posición muy semejante a la que tuvieron en aquel bar, donde Renato efectuó su primer movimiento para seducirlo.

Las manos de Renato se apoyaron sobre los hombros de Gabriel de una manera brusca, buscando desesperadamente algo de lo que afirmarse dado que las manos del mayor estaban imposibilitadas. Se movió un poco más hacia adelante, buscando un contacto más directo entre ambas entrepiernas y, al lograrlo, ambos soltaron un suspiro pesado.

El menor se acercó con la boca abierta hacia la cara de Gabriel, soltando pequeños suspiros sobre sus labios al reaccionar ante la fricción de sus cuerpos. Gabriel por su parte, permanecía inmóvil tanto en su silla como dentro de su propia mente; todo de Renato lograba paralizarlo, pero, a su vez, todo su cuerpo reaccionaba ante él.

El hecho de no poder moverse lo enfermaba.

--Te extrañé... --musitó Renato con el tono más seductor que Gabriel había escuchado en su vida. Los movimientos del cuerpo sobre él eran cada vez más frenéticos.

--Renato, dejame moverme... dejame-ah, dejame...--gimoteaba, a lo que Renato negó. --Serás pendejo de mierda. Besame, al menos, que me vas a enloquecer... --pidió.

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