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Lo llevó rápidamente por la pista, para proseguir abriendo unas puertas que Gabriel no había notado, llegando a un pasillo que no sabía que existía.
Abrió una última puerta de lo que parecía ser un pequeño camarín, posiblemente usado por los bailarines cuando el boliche ofrecía bailes eróticos al público.
Renato tiró de su brazo hasta que el cuerpo de Gabriel estuvo en su totalidad dentro del mismo, y cerró la puerta sonoramente tras de sí.

Sus miradas fueron, por sobre todas las cosas, intensas. Gabriel ardía del enojo y la ira mezclada con esa excitación que odiaba sentir, mientras que Renato tenía sus ojos marrones cargados de una lujuria que no podía contener.

Se miraron por unos segundos, hasta que Renato se movió para quedar frente a frente. Movió su dedo índice, contorneando la maravillosa forma de la boca del mayor. Siguió su trazo por su mandíbula y su cuello hasta llegar a sus clavículas, las cuales tocó suavemente.
--No quiero que me toques más, Renato... --advirtió Gabriel, pero sus ojos levemente cerrados y la poca resistencia que ponía sobre los movimientos del menor le decían lo contrario.

Renato en un movimiento ágil se abalanzó sobre su cuello, atacando la zona con ferocidad. Gabriel permanecía parado, inmóvil; incapaz de tocarlo pero también incapaz de decirle que pare.
Los labios de Renato marcaban un ritmo suave y tortuoso en el lado izquierdo de su cuello, pasando la lengua con total deseo por toda la extensión.

Gabriel pensó en su padre.

Pensó en su cara cuando le decía que lo amaba y que siempre estaría allí.
Recordó la tristeza en su cara.
Los anillos, su cuerpo lleno de sangre.

Pensó en Renato.
Pensó en sus besos húmedos y en su manera única de gemir al tener sexo.
Pensó en su piel blanca; en sus labios.

Pero recordó el sentimiento que le había causado no verlo a su lado al despertar.
Pensó en la carta.
Pensó en como se había cagado en todo.

Era un hijo de mil puta.

Gabriel en un ataque de ira, empujó el cuerpo de Renato con todas sus fuerzas, alejandolo finalmente de su cuerpo.
El chico pareció desorientado por unos segundos, pero enseguida recuperó su mirada seductora que lo observaba con una media sonrisa y los labios hinchados.
Gabriel llevó su mano hacia la parte de atrás de su pantalón, y metió la mano bajo la camisa.

Sacó su arma.
Apuntó a Renato.
Este no se inmutó. Y le sonrió.

dangerWhere stories live. Discover now