La Perdición del Lobo [1] ✔

3. Chaquetas plateadas y juegos mortales (e)

Saquen las palomitas y prepárense para un buen espectáculo.

CAPÍTULO 3

Chaquetas plateadas y juegos mortales

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«Todos caemos en trampas de vez en cuando.

El problema es: algunas personas se enamoran de la trampa».

Paulo Coelho 'El vencedor está solo'

Débora

Mis pulmones jadeaban cansados, pero no me detuve. Seguí corriendo y corriendo, hasta que llegué al final del trayecto. Mientras daba media vuelta, para volver a casa, me senté unos momentos en el bordillo del paseo para beber agua.

Esa era la rutina de los sábados y domingos por las tardes: correr tres kilómetros de ida, y tres de vuelta, junto al límite del bosque. Lo sé, una maravilla.

No lo hacía por placer, sino por necesidad. Mis músculos tenían que ser más fuertes, y por eso me obligaba a correr. Si quería ser la mejor, tenía que esforzarme al máximo hasta conseguirlo. Tenía matrícula de honor en todas mis asignaturas, pero aun así seguía siendo la segunda en la clase de ballet y eso para mí era... inconcebible.

No era de extrañar que la mejor de la clase fuera Sharon. Sus padres estaban podridos de dinero y podían permitirse pagarle los mejores profesores y academias de ballet. Según tenía entendido, ella llevaba desde los tres años bailando... sin duda me llevaba ventaja.

Yo no tuve tanta suerte.

Mi madre no estaba en mi vida para ayudarme, y mi padre no iba a mover un dedo por mí.

A pesar de todo, tuve la suerte de poder asistir a las clases de ballet en la pequeña escuela de danza en mi barrio, donde mi profesora Graciela me abrió los ojos a un nuevo mundo. Hasta ese momento, todo lo que sabía de ballet era gracias a los videos de YouTube, que miraba embobada cada día.

Graciela era brillante. La mejor profesora que he tenido el placer de conocer. La ex bailarina profesional, durante sus clases era fría y muy exigente, pero con el tiempo, cuando tenías la suerte de conocerla mejor, te dabas cuenta de que realmente era una persona maravillosa con un corazón enorme. Por desgracia, y como suele pasar, tuvo que retirarse de ese mundillo, antes de tiempo, por una lesión...

Rabiosa por lo injusta que era la vida aceleré el paso. No me rendiría hasta conseguir ser la mejor. Tenía que serlo. No tenía más remedio, porque si no... ¿qué sería de mí? Me faltaban tres años más de escuela y luego... ¿qué? No quería ser camarera eternamente y lo único que se me daba bien a parte del ballet era... dar clases de ballet. Y no sé yo qué tiene más salidas.