8. Caricias del pasado (e)

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¿Preparados para conocer a un nuevo personaje?

¡A ver que os parece nuestro nuevo fichaje!

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CAPÍTULO 8

Caricias del pasado

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«No hay nostalgia peor que añorar

lo que nunca jamás sucedió».

Joaquín Sabina

Débora

Calor. Con los ojos cerrados noto las gotas de sudor resbalar por mi espalda, mi frente y cuello. Agobiada me retuerzo. La ropa se me pega al cuerpo como una segunda piel y las sábanas parecen querer encarcelarme. Me siento atrapada. Cansada intento quitármelas de encima. Todo arde.

«¿Cómo es posible que tenga tanto calor? ¿No debería estar en el suelo helada?»

Confundida extiendo la mano y palpó la superficie debajo de mí. Lo último que era capaz de recordar era el frío. Sus garras clavándose en mis entrañas y mezclándose con el miedo. Como la nieve ennegrecida por el barro me mordía la piel.

«¿Y la nieve? ¿Dónde esta la nieve?»

Las preguntas parecían girar como un huracán descontrolado. Imaginé en mi cabeza una niña pequeña. Su mano se estiraba, sus pies de puntillas y con cabello trenzado. Con desesperación sus dedos trataban de cazar todas las preguntas dando vueltas a su alrededor, pero resbalaban y escapaban de ella.

El suave roce del colchón me obligó a abrir los ojos. Lo hice asustada, mareada y respirando pesadamente por el calor. Mi primer instinto fue mirar las paredes. Su color gris, tan distinto al azul que decoraba mi habitación, fue como una bofetada. Girando la cabeza busqué algo que me fuera familiar.

Nada me sonaba: las ventanas cerradas a mi izquierda, el tocador blanco delante de la cama, los cuadros de colores rojos, dorados y grises, aquel jarrón rojo a mi derecha... todo era extraño para mí.

Sin saber qué hacer intenté incorporarme de la cama. Despacio. Muy despacio. Era consciente de los golpes recibidos, y temía las punzadas y el dolor que estaba por sentir. Solo fue necesario querer elevar mi tronco, para que mis costillas apaleadas me hicieran sisear y apretar los dientes. Aguantando aquel grito que batallaba por escapar, volví a tumbarme y a cerrar los ojos con fuerza.

Una lágrima solitaria y llena de rabia cayó por mi mejilla hasta aterrizar sobre las sábanas. Odiaba sentirme así, no había huido de las palizas de mi padre para que otros me las dieran en su lugar. Llevé mi mano al cuello. Mi boca se abrió, sorprendida, al notar un vendaje donde debería haber estado el corte que me había hecho el cuchillo de Damián. Mis dedos se deslizaron nerviosos por la superficie vendada.

La Perdición del Lobo [1] ✔Where stories live. Discover now