Capítulo 3

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Ciel

Está bien, podría ser que los últimos dos años me hubiera convertido en una perra sin corazón y una reina abeja sin preocuparse por los demás, pero hay veces en donde extraño mucho ser la niña tímida que se sentaba hasta el final de la clase, usaba brackets y las únicas personas que conocía eran Tara y... bueno, ese idiota.

Cruce la calle y camine una cuadra y media con la mayor precaución de que nadie me viera.

Pongamos este escenario: una chica se sale de clase y camina sospechosamente por el campus hasta salir de aventura, entonces las malas lenguas que custodian tu vida 24/7 se dan cuenta, ¿hasta donde llega el rumor? No se sabe y ¿Por qué cuidarse de la gente? Por qué siempre existen rumores que aunque sabe que ya no le afectan a ella, a quienes la rodean si y después de todo, tengo una jodida reputación digna que cuidar. Ya fue suficiente lidiar con el castigo de mi tarjeta de crédito hace un mes por saltarme clases y si eso no fue lo que lo ocasiono, si el jodido rumor del trio, si... agh, fue un maldito escándalo.

Y si fue un trio, pero no el que creen.

Al menos no llego hasta las oficinas donde mi papa trabaja. No me animaría a ir a esas cenas aburridas donde te juzgan desde el collar hasta el largo de tus pestañas sabiendo que mi "buena" reputación anda corriendo por ahí.

Igual era menos escandaloso saber que la niñita consentida de los Allen se saltaba clases y se iba a pasar esas horas a la biblioteca que lo demás que andaban diciéndose, pero bueno, me gusta complicarme las cosas.

Es tonto que me preocupe tanto por esas cosas, de todas maneras, ya se decía que media ciudad se había acostado conmigo o que tenía un amorío en otra ciudad, bla, bla, bla. Sabía que se rumoreaba más cosas y aunque me dolía un poquito, mientras yo supiera que nada era cierto, bastaba. Son mentiras que la gente se inventaba para hacerme un misterio andante o quemar mí ya poca dignidad y reputación. Desventajas de la popularidad.

No todo es malo. También tiene sus muy buenos privilegios y ventajas, los típico que ya todo el mundo conoce.

Abrí la puerta de cristal y me acerque a la recepción.

No tuve que pararme tanto sobre la punta de mis pies para poder ver que en el fondo del mostrador sentada en una silla estaba una anciana, bueno no tan anciana, debía de tener unos 55 o 50 años, puede ser que menos.

- Disculpe- le dije dulce mientras subía las gafas y sonreía.

Ella me escaneo de cabeza a pies. No la había visto en mi vida.

<<Donde está el otro recepcionista, no le puedo decir a ella que vengo a tocar el piano. Piensa algo rápido, Ciel>>

Ella me miraba aun revisando cada detalle mínimo de lo que traía puesto. De ponto sentí que el gris de mi suéter me hacía ver muy pálida.

- ¿Tienen revistas?- dije lo primero que se me vino a la mente para defenderme.

<<Que estúpida, en una biblioteca no hay esas cosas. Grande idea la tuya>>

La mujer me miro con desagrado y subiendo un poco sus gafas, trato de hacerse la intimidante.

- No somos un puesto ambulante- respondió a mi pregunta, mientras desviaba su vista al monitor y escribía en el teclado.

<<Vez, a qué inútil se le ocurre preguntar eso. Pero, tampoco me merecía esa respuesta>>

Me estaba sacando de mis casillas. La Ciel dulce se acabó.

Después de ver que no tenía ninguna intención de contestar a mi "ingeniosa" pregunta. Le brinde una sonrisa sarcástica y me incline sobre el mostrador para llamar su atención.

- Le pregunte si tenían revistas, no si eran un puesto ambulante.

Volteó lentamente y me miro molesta señalando con el dedo uno de los muchos estantes.

- No creo que sean temas que le interesen...

- Gracias- interrumpí mientas bajaba las gafas y le sonreía obligada- me aleje del mostrador y camine por el corredor con el sonido de mis tacones por detrás.

Entre en el reducido pasillo que había entre los estantes y me asegure de que no hubiera nadie más que yo por los alrededores, mientras quitaba las zapatillas que calzaba en caso de que tuviera la necesidad de correr.

El corredor que llevaba al cuarto de música estaba vacío y era todo mío.

Voltee una vez más para cerciorarme de que definitivamente estaba vació antes de emprender carrera a la puerta del cuarto de música.

Ahora o nunca.

Eche a correr lo más rápido que pude y me desplome ante la puerta abriéndola, casi cayéndome. Gire la chapa y entre sin dudarlo si quiera. Cerrera la puerta tras de mí y recargue mi espalda para tomar aire.

La sala estaba vacía, como todos los viernes.

Puse los tacones de nuevo en mis pies y camine lentamente hasta el piano que estaba en lo más profundo de la estancia, cerca del ventanal que lo hacía lucir hermoso. Negro e iluminado por los colores de luces que reflejaba el sol desde lo alto del ventanal. Sentí la tranquilidad que desde temprano no había podido tener.

Caminé al fondo de la estancia hasta llegar al banquillo y después me senté sobre en él.

Roce el piano con mis dedos antes de empezar a tocar. Esa sensación de tener las teclas entre mis dedos era preciosa y el tacto frio y suave de ellas me encantaba.

La primer nota.

Después la segunda

Y la tercera se convirtió en la Pax de deux, una de las piezas más bonitas que Tchaikovsky pudo componer para el cascanueces.

Aprender a tocar el piano y en especial esta pieza, fue las que a mis primerizos y recién cumplidos 12 años ya la hacía sonar casi a la perfección. Nadie en la clase podía tocarla igual de bien y hoy a mis mis casi 18 ya era una experta en el instrumento.

Cada acorde, cada tecla, los conocía tan bien, que si quisiera, podría hacerlo con los ojos cerrados. Y aun así no lo hacía. El movimiento de mis dedos hacia olvidarme de todo y se mezclaba a un ritmo inigualable con la música. Todo el piando se unía a mí y yo me dejaba manejar a su antojo.

Ni una tarde de compras me animaba tanto como esto.

Es un hechizo que no quiere romperse y cuando lo hace... me regresa a la realidad.

-Ciel, ¿eres tú?- era la voz de un hombre. Un hombre que conocía bien.

La pieza casi terminaba cuando escuché que alguien me llamaba y horriblemente desafine la nota.

¡¡Mierda!!

Voltee lentamente y entonces un escalofrío recorrió mi espalda.

Me descubrieron... otra vez. 

Cuando vas a besarme...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora