5. Visitando el pueblo

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El resto de la semana pasó tranquilo, Akala evitaba encontrarse con aquel chico extraño y Milo no se despegaba de ella por si aparecía. El sabado por la mañana, los dos hermanos se despertaron temprano, pues sus padres se iban.

-¿Cuándo volveréis?- preguntó Akala acercándose al coche.

-No lo sabemos- le dijo su madre asomándose por la ventanilla.

Milo se encontraba en la entrada de la casa observando la despedida. El hombre que se hacía llamar su padre le echo una mirada desde el coche para después apartarla.

-Bueno, cuidaros mucho- dijo la chica dándole un beso en la mejilla a la mujer.

-Te quiero- le dijo ella orgullosa -Cuida de la casa y de que no haya problemas.

-Sí- dijo Akala alejándose del coche para volver a la casa.

El hombre hizo un gesto con la cabeza para despedirse de ellos. Akala hizo lo mismo y Milo solo lo miró.

-Vamos- dijo Akala entrando en la casa.

Después de que los padres se fueran, los dos hermanos entraron en la casa.

-Ahora estamos los dos solos- dijo Milo sin expresión alguna y mirando a su hermana.

-Sí- dijo ella.

En ese momento la cara del chico cambió a una sonrisa. Estaban los dos solos, su hermana y él. A Milo le encantaba cuando se quedaban ellos sin sus padres y por lo que supuso, tardarían mucho tiempo en regresar.

-No volverán en un tiempo- dijo el chico feliz.

-Puede que tarden meses en volver- le dijo su hermana dándole la razón -No saben cuando terminaran, así que lo más seguro es que estén muy ocupados como para volver pronto.

-Genial, solo tú y yo- le dijo el chico a su hermana quien se contagió de su alegría.

Sus padres se iban a menudo desde que tenían memoria. Ellos se cuidaban mutuamente y habían sido entrenados para sobrevivir por si solos, siendo más duros con el pobre chico. Akala podía cuidar de ella misma y si algo le sucedía, sería el chico quien arriesgaría su vida para traerla de vuelta sana y salva, o por lo menos, así lo planearon esas personas que se hacían llamar sus padres.

-¿Te gustaría salir a explorar el pueblo?- le preguntó la chica a su hermano.

-Suena interesante- contestó el chico -Nuevo pueblo, nuevas cosas con las que entretenerse.

-Es como siempre- le dijo la chica -Los pueblos son más tranquilos y puedes pasar desapercibido- dijo recordando todos los lugares en los que se habían mudado hasta ahora.

-Éste es más pequeño que el anterior- dijo Milo comparándolo con el de Estados Unidos.

-Sí, pero hay lugares a los que podemos ir- dijo Akala sonriendo y preparándose para salir.

-Vamos- dijo Milo animado por ver el nuevo pueblo al que se habían mudado.

Entre semana no pudieron salir a ver el pueblo, por lo que iban a verlo ese mismo día. Akala y su hermano se montaron en el coche que le habían regalado a ella, aunque todavía le faltaba un año para poder conducir. Sus padres al igual que les habían enseñado a pelear, también les enseñaron a conducir y otras cosas, como iban de pueblo en pueblo, allí no pasaba nada, siempre y cuando fueran discretos.

-¿Algún día me dejarás conducir a mi?- preguntó Milo en el asiento del copiloto.

-Todavía no tienes la edad suficiente- le contestó ella.

-Tú tampoco- se quejó él.

-Pero ya me falta poco- dijo Akala sacándole la lengua como niña pequeña.

La vida de Akala WinterWhere stories live. Discover now