Capítulo 11

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"Oh... mi... Lennon"

Cuando Bailey había cumplido los diez años de edad, pidió a sus padres una pequeña casa de muñecas a tamaño real que estaría a unos metros de su hogar y se la concedieron. La misma era apenas un cuarto pequeño que se dividía en "dormitorio" y "sala de estar" y para ella fue perfecta. Tanto, que la siguió conservando como su lugar de escape, años después.

Por supuesto, a medida que pasaba el tiempo, la construcción se vio obligada a aceptar un par de varios cambios extremos. De una mini casa de Barbie como origen, pasó a ser una oficina de secretaria al ella cumplir los doce, luego experimentó con un inicial y creativo estudio de "bandas de rock" con instrumentos hechos de papel (excepto por la guitarra eléctrica de Hello Kitty que su padre Elliot le obsequió a los nueve) y finalmente; mutó a su leal y adorada pieza personal-sumamente privada.

Estaba toda decorada de posters de casi todos los grupos de punk rock, grunge y alguno que otro de metal para contrastar la gastada pintura rosa pálido y sucio del primer modelo. Fotos, pedazos de espejo, CD's antiguos, cuadros hechos a mano propia y frases con spray le iban a juego, entonando con un sillón cama individual de un vino viejo y un par de muebles push que se aplastaban sobre el piso a un lado, en la otra esquina. Una lámpara de pared y un mini armario rellenaban el resto al extremo contrario y lo que quedaba eran las ventanas para airear.

Aquella pequeña cueva le había salvado de diferentes situaciones incómodas con sus padres como cada vez que sacaba una puntuación no muy cercana a la que ella estaba acostumbrada y ellos la regañaban. O cuando sufría de ansiedad porque a David le daban el trozo más grande de pizza aún si ella lo quería porque se había percatado de pedirlo antes con ilusión. También era ahí a donde huía cada que se armaba el drama con su madre porque no le daba permiso para salir y por supuesto; fue en esa pequeña casa de muñecas en donde empezó a tener sus primeras dudas acerca de su sexualidad.

Y donde se planteó con seriedad la idea de ser completamente gay, desde que llevó a cierta muchacha al sillón y la hizo suya. La misma muchacha a quien amó. Amó con fuerzas inexplicables y luego años más tarde le rompió el corazón con la misma intensidad, en tantos pedazos, que Bailey no logró contar ni juntar, jamás. Ni siquiera siendo capaz de volver a pisar ese sitio otra vez... Hasta ese momento.

Ella sacudió su cabeza como siempre, deshaciéndose de tales pensamientos destructivos. Hollie a su derecha, pasó dentro de tal morada y mordió su labio inferior, maravillada. Nunca imaginó que Bailey Sanders escondiera algo así.

-Woah... -Murmuró. Sus dedos acariciaron el papel tapiz ya casi desgastado del borde- Tú, Sanders... Eres humana después de todo.

Un pequeño toque se hizo en su trasero por la castaña. Bailey rodó sus ojos con diversión y ella rió.

-No, en serio, es como... -Miró a su alrededor sin detenerse- Nada mal.

La ojiverde a sus espaldas elevó con levedad una de sus comisuras, aceptando aquello como un cumplido y tomando un par de conexiones de cableado, las fundió con el tomacorriente. Varias luces de Navidad se encendieron a lo largo de las paredes de aquella pieza, y la castaña alzó sus cejas con agrado, dando una vuelta en su lugar.

-Dulce.

Susurró en un hilo de voz pero deteniéndose al instante, cuando su cuerpo da en dirección al de Bailey y ahí llama algo a su interés.

Un par de perlas verdes se perdieron entre cada rincón del espacio que las rodeaba, y Hollie creyó percibir un destello de tristeza en su iris, por encima del juego de colores que hacían las bombillas. Estuvo a punto de cuestionar qué pasaba, pero ella metió sus manos en los bolsillos de sus jeans, atajando entre sus dientes su labio y exhalando para decir:

ACÉPTALO, NENAOnde histórias criam vida. Descubra agora