Capítulo 13

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"Podemos escapar"

Las muñecas de Bailey ardían levemente cuando ella caminaba devuelta al porche de su casa, con medio corazón en la garganta y la otra mitad en su estómago.

Tal parecía, aquella mañana la habían soltado apenas procesaron la declaración de Hollie y las autoridades decidieron que no había pruebas ni razones suficientes para retenerla más tiempo ahí. Y con suerte, porque a ella ya le estaba fastidiando el olor a cuero húmedo, café mezclado con azufre y metal oxidado.

La noche en ese lugar fue demasiado fría por momentos y calurosa en extremo al siguiente y se había mareado como cinco veces cada que quería ir al baño y trataba de ocultarse de las cámaras de seguridad, en plena madrugada. Además, el oficial que hacía la guardia nocturna se había rendido esporádicamente y para su desgracia; roncaba como todo un zoológico. Nunca antes había estado en la cárcel o detenida en la comisaría y en definitiva; ella no quería volver jamás.

Sin embargo, el que la liberaran no le quitaba el peso real de encima, porque ahora se encontraba justo ahí, a unos golpes en la puerta de su "hogar" para enfrentar a su familia y la verdad del secreto que había estado guardado tanto tiempo. Secreto que hasta esos instantes no se había planteado revelar, para ser honestos, dado a que el fanatismo de sus padres era algo que le daba mucha pereza atravesar y aún no conseguía un espacio al que acudir cuando la corrieran de su casa o ella saliera huyendo una vez que les anunciara; Papá, mamá, soy gay.

Ella suspiró, sabiendo que era imposible no seguir adelante ahora. Debía hacerlo en algún punto y el punto ya había llegado. Necesitaba tocar esa puerta, necesitaba comenzar y terminar pronto con el espectáculo. Pero entonces, justo antes de que ella pusiera su puño contra la madera pulida de su casa, Elliot le abría con rapidez, viéndole a sus ojos con severidad y su mandíbula dolorosamente tensa.

Dios, Bailey no había puesto un solo pie dentro de aquella construcción y ya quería desaparecer entera.

-Hola, papá...

Murmuró. Sus perlas echando un vistazo a sus desgastadas converses con cierta timidez. El hombre frente a ella sólo cerró aún más sus dedos contra la puerta y ella retuvo el aire, deseando salir corriendo lejos.

-Entra.

En su lugar dijo él, y la ojiverde asintió sólo una vez para así comenzar a ir en zancadas dentro de su cotidiano vestíbulo, cruzando la sala y girando hacia su comedor compartido.

Junto a la mesa, su madre Nuria y su hermano David le esperaban como estatuas, penetrándola con la mirada hasta verse como asesinos seriales de mafia rusa. Bajo los miel ojos de su madre, las ojeras y la hinchazón la dejaban expuesta a una evidente noche llena de llanto e insomnio, y el cabello despeinado de su hermano tampoco lograron ocultar la terrible velada que habían pasado los Sanders. Eso le era loco. Comprendía que su hija detenida era una alarma pero que las preferencias sexuales de una persona podían crear tanto caos para otros, no.

-Bailey, tenemos que...

-Hablar, sí...

Interrumpió a su madre, alzando fugazmente sus cejas y paseando sus ojos por las paredes con disimulo, sabiéndose aquella línea de memoria. Ella introdujo sus manos en los bolsillos de sus jeans, apoyándose en uno de sus pies.

-Lo que ocurrió anoche... Es inaceptable y no va a pasar de aquí.

Bailey frunció su ceño. Aquello sonó como a papa mal cocida mezclada con chocolate de zanahoria.

-¿A qué te refieres con que "no va a pasar de aquí"?

-Que simplemente tú dejarás esos pensamientos diabólicos y volverás a la normalidad. -Respondió su padre con voz gruesa y firme, cuando caminaba junto a su esposa, enmarcando sus cejas con filo y aún tensando su mandíbula.- Como una persona cuerda.

ACÉPTALO, NENAWhere stories live. Discover now