Capítulo 18

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"Ella siempre obtiene lo que quiere"

Noviembre, tres años atrás.

Había tiza en sus dedos y algo de pintura negra. Ella movía con fiereza sus manos por todas las paredes de su cuarto, rayando sobre estas, frases que salían de su mente conforme el nudo en su garganta se cerraba mucho más y las lágrimas brotaban con mayores fuerzas.

Quería gritar, quería escupir, quería incluso golpear todo como viniese. Quería irse lejos, para siempre.

El espejo junto a su cama le reveló su reflejo y Bailey gruñó con ira. Sus ojos estaban ardidos en rojo al igual que su rostro, que manchado por la tiza y algo de tintura, se corría en un delineado negro que desbordaba bajo sus pestañas y trazaba líneas hasta su mandíbula por donde su llanto caminaba. Su camiseta rasgada de Sid Vicious había pasado de blanca a gris y amarilla en segundos y sus pantalones iban mugrosos sosteniendo las cadenas que colgaban de sus caderas. Los anillos y pulseras de cuero y metal apretaban sus muñecas. Ella olía a alcohol, a cigarrillos y a dolor. Se veía fatal y ella lo sabía. Pero se sentía mucho peor.

Esa tarde cuando comenzaba a anochecer, había decidido que no quería evitar más la misma sensación de asfixia y esta vez iba a enfrentarla de la mejor de las formas. La que ella conocía y con la que mejor le iba. Ella iba a robar de las botellas de licor que guardaban sus padres en el ático y que nunca usaban, iba a comprar toda una cajetilla de cigarrillos e iba a tragarse y consumir toda esa mierda encerrada en su recámara, la descubrieran o no, esa misma velada. Encendería la música a todo dar, maldeciría todo lo que quisiera sin prestar atención a sus vecinos e iba a deshacer lo que debiera si sentía que así lo necesitaba.

Porque Bailey sí que lo necesitaba. Y lo hizo.

Aquel día, después de almorzar sola en un lugar lejano de su instituto, Bailey había tenido que salir corriendo hasta su casa, envuelta en un gran temor que le helaba los huesos y la dejaba tan lastimada como ya estaba pasando. Una gran y molesta bola de dolor y miedo había comenzado a crecer en su pecho y estómago y ella ya no tuvo hambre ni para su postre preferido. Bailey no podía dejar de revivir lo que había pasado hacía ya casi un mes y todo eso le daba demasiadas vueltas a su cabeza.

Vee, su Vee, le había terminado por mensaje de texto después de que Sanders le suplicó pasar tiempo juntas al no haberse visto por semanas y ella sólo le dijo "Ya no te hagas más ilusiones, no soy quien te hará feliz. Dejemos esto hasta aquí" y se fue a beber, esa misma noche con sus amigos, mientras Bailey se desmoronaba, por quinta y última vez, sola en su recámara. Y aquí entre nos, esa ocasión fue la amargamente menos abrasadora en cuanto al dolor; Porque la ojiverde ya se había acostumbrado a sentirlo, teniendo cuatro oportunidades previas para experimentarlo. Y eso simplemente era terriblemente tortuoso, ya que con la ruptura de su chica venían las largas noches de insomnio, las dudas constantes sobre ella misma "Habré hecho suficiente?", "¿Qué hay de mal en mí?", las pérdidas de apetito, los bajos ánimos diarios, los grandes ataques de pánico y ansiedad, la necesidad de llorar cada jodido segundo, el vacío abrumador en su pecho y pues... Su mente y toda ella hecha toda una absoluta mierda. Su trastorno envenenando cada parte de su alma como si fuese presa débil y asquerosamente fácil.

Porque Bailey no dejaba de extrañar a Vee ni siquiera un solo instante. Ni siquiera si ella le había hecho bastante daño y no le había valorado como debía. Bailey no dejaba de seguirla amando con locura, y no sabía si algún día podría dejar de hacerlo en serio.

Dos golpes se hicieron en su puerta. Bailey llevó su mano libre hasta su frente.

-Bailey ¿está todo bien? Soy yo, David. Volví para recoger unas cosas e irme.

ACÉPTALO, NENAWhere stories live. Discover now