Extras

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9 años atrás

—¿Quieres estar conmigo por el resto de mi vida? —habló la pequeña Adeline, sosteniendo su pequeña muñeca de trapo.

Ella jugaba todos los días con ella, desde que se la encontró en su habitación no había dejado de cuidarla y no permitió que la tocaran. Los ojos de la muñeca eran dos botones grandes, negros pero que le hacían juego con su cabello y vestimenta. Incluso, se parecía demasiado a ella y eso fue lo que le encantó a Adeline.

Se levantó del suelo cuando escuchó cómo la puerta se abría y aparecía de nuevo, aquella mujer esquelética que siempre venía por las noches a ver si todo se encontraba bien. A observar quién aún seguía despierto. Para la suerte de Adeline, ya la había descubierto jugando a altas horas de la noche y más cuando la oía hablar sola.

—Niña, deberías dormir ya. No es hora para estar con tus jueguitos estúpidos. —susurró la mujer que caminó entre la oscuridad y le agarró el brazo con firmeza.

Adeline se quejó y soltó su muñeca para que esa mujer no le hiciera nada, le dolía su agarre pero prefería que se lo hiciesen a ella que a su muñeca preciada. Ella asintió levemente pero la mujer no estaba de buen humor y con toda la pena del mundo, la aventó a la cama con fuerza. Adeline no entendía porqué la trataban de esa manera, porqué las niñas la ignoraban mientras ella se acercaba; porqué las personas que venían a adoptar y a ver a los niños, siempre le huían a ella. De manera que Adeline supo que nunca iba a salir de ese horrible lugar.

—Por favor, no me haga daño. —pidió con su mirada llena de pavor, mirando al suelo y con lágrimas saliendo de sus ojos.

No emitía ningún sonido porque las demás niñas dormían pero si ellas no estuvieran, lloraría del cansancio; del miedo, de la vida que le tocó. Ella no merecía eso.

—Duerme, mañana les tocará limpiar el cuarto y más te vale que sea temprano. No olvides lo que te dije la vez pasada, jamás te querrán. —dijo la mujer agarrando de los cabellos a Adeline, que se revolvía en la cama molesta.

La mujer de mirada fría decidió dejarla pero no tan pronto ya que, cuando observó lo que había en el suelo sonrió triunfante y se agachó a recoger lo que había tirado. Adeline sintió miedo cuando observó la mirada de la mujer, su sonrisa malvada y la muñeca en sus manos.

—No la toque, por favor. —dijo evitando gritar desesperada.

La oscuridad alrededor de ellas se volvía cada vez más pesada, algo más había en medio de ellas y la única que mantuvo distancia fue Adeline. Sabía que corría peligro pues no era normal que la poca luz que daba la luna desapareciera. La mujer seguía mirando a la muñeca con curiosidad, sonriente de hacer sufrir a la pequeña niña. Las dos no se daban cuenta de que algo más las estaba observando.

Cuando la mujer de ojos cafés miró hacia ella, no pudo moverse. Adeline estaba asustada pero no se daba cuenta de lo que tenía detrás, no se daba cuenta de que algo rodeaba su cuerpo pues al parecer, ella ya pertenecía a él.

La mujer intentó retroceder, sus manos soltaron a la muñeca y esta cayó al suelo. Los ojos de ella parecían mostrar terror, tristeza y sobre todo, dolor. No emitió ningún sonido, ni siquiera habló y fue entonces cuando desapareció. Adeline se quedó atónita, helada en su lugar mientras veía como la mujer se desvanecía poco a poco. Veía en sus ojos, la muerte que venía hacia ella para no regresarla jamás. Sin embargo, Adeline no sintió compasión por ella.

Cuando todo volvió a la normalidad recogió su muñeca y la abrazó con todas sus fuerzas. Sus pequeñas manos la agarraban como si fuera de cristal, como si esta fuera a desaparecer, pues ella había perdido todo y tenía miedo de que otra cosa se le fuese arrebatada.

—Gracias al cielo, gracias por no dejar que ella se la llevara. —dijo Adeline con voz baja, aún abrazando a su juguete.

Quizás lo dijo sin pensar, quizás ella aún no sabía quién estaba detrás de todo esto pero las cosas apuntaban a que eso no había sido gracias al cielo, ni a ningún ángel, ni a ningún Dios. Otro tipo de cosas la observaban para no dejarla ir jamás.

—Me quedaré... —escuchó en la lejanía y ella frunció el ceño de inmediato.

Se dice que los niños pueden ver fantasmas pero esa vez ella no vio nada. Se mantuvo quieta y parecía como si estuviera sola, la luz de la luna volvió y ella se fue a la cama sin importar lo sucedido, no le temía a nada y menos cuando estaba con su muñeca que la cuidaba todas las noches. La quería tanto que no pensaba perderla, o bueno eso creía ella. Adeline cerró sus ojos despacio, dejándose ir por la oscuridad que le rodeaba; se relajó por completo y se durmió abrazando a su almohada.

Mientras ella dormía plácidamente otra persona la vigilaba.

—Me quedaré... —se volvió a escuchar pero Adeline no abrió los ojos y tampoco sintió los fríos dedos que le acariciaban el rostro.

—Me quedaré, lo prometo.

Alas sombríasWhere stories live. Discover now