Capítulo 5 - El museo.

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La respuesta fue tan sincera y cortante que Lan Xichen se tomó un tiempo al sentarse en una buena posición para poder poner ambas manos sobre su rostro viéndose notablemente destruido en el proceso.

—Lo tomaste mejor de lo que pensé.

Lan Xichen levantó el rostro mirando fijamente a Lan Wangji con una mirada tan seria que ahora sí parecía su gemelo —¿Mejor de lo que pensaste...? —repitió perdiendo aquella compostura que siempre lo acompañaba, alzando la voz al cielo—¡Estoy concentrándome para no tener un ataque cardíaco ahora mismo!

—Mis escenarios eran aún más dramáticos —aclaró Lan Wangji.

—¿En esos escenarios me tiro del balcón hacia abajo?

—Quién sabe.

—Porque estoy a punto.

Lan Huan tomó aire, meditando y pensando si debía ir a la sala de aislamiento en la residencia a ponerse de cabeza y esperar que el sentimiento que tenía colapsase.

Sabe controlarse, puede hacerlo, lo hace desde que es un niño, solo que explotó demasiado pronto y con un tema que no pensó tener que enfrentar jamás de una manera tan directa.

Cuando su cabeza se enfrió, miró como Lan Wangji iba en silencio a cerrar el balcón quizás para evitar cualquier accidente que se pudiera dar por la euforia del momento.

Volvió a paso lento y precavido mientras sacaba su celular y tecleaba rápidamente un mensaje. Lo dejó arriba del escritorio y continuó mirando a su hermano.

Unos incómodos segundos después se sintieron unos pasos enérgicos y escandalosos recorrer los pisos de madera afuera de la habitación.

Los ojos de Lan Xichen subieron hasta alcanzar la puerta cuando Lan Wangji abrió la entrada de la habitación y una enorme bola blanca saltó hasta el mayor de los Lan tan fuerte que consiguió botarlo sobre la cama.

Era un alegre y vivaz perro samoyedo, bastante grande y peludo. Su pelaje estaba increíblemente limpio como si acabara de salir del mejor salón para perros que hubiera en el mundo.

Lan Xichen se pudo levantar a duras penas mientras aún era atacado con las patitas y las lamidas del animal que parecía incansable en su labor de mejor amigo del hombre.

Lo miró fijamente tomándole la cabeza para que le diera un respiro, luego de un serio silencio entre perro y dueño que el perrito no entendió del todo, su dueño lo abrazó con fuerza como si se tratara de un peluche gigante.

—Tofu... mi vida se acabó...—susurró revolviendo el pelaje de la cabeza de su fiel compañero y sumergiendo su propio rostro en su peludo ser.

Seguramente Lan Wangji había pedido a los guardias que dejaran entrar al perro para animarlo.

Mañana ambos tendrían un castigo bastante severo, pero no es algo a lo que no estuvieran familiarizados.

—¿Te das cuenta que has dejado a Tofu sin la posibilidad de conocer a su madre o de tener un cambio de nombre?

Lan Wangji lo miró apretando un poco el ceño, extrañado. El humor de Lan Xichen ante la situación era más preocupante que si estuviera lamentándose patéticamente leyendo alguno de esos cientos de libros de romances que terminan mal que él siempre suele coleccionar.

A veces, cuando Lan Huan se deprimía lo suficiente al saber que quizás el sentimiento que tiene nunca llegaría a concretarse y quizás solo moriría, agarraba una de esas novelas deprimentes y se animaba un poco al ver que su vida podría ser incluso peor, quizás pudo haber amado a alguien, nunca confesarse y verlo morir sin poder hacer nada. Eso era peor, ¿Verdad?

Traductor de hermanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora