NUESTRA ES LA FURIA | Pesada es la corona y, sin embargo, ella la usa como si fuera una pluma. Hay fuerza en su corazón, determinación en sus ojos y la voluntad de sobrevivir reside en su alma.
Ella, eres tú
Una guerrera, una campeona, una luchadora...
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— Deberíamos estar allá arriba, peleando, no escondiéndonos aquí como cobardes. —musitó Shae, con el bebé en brazos. No saber nada de Tyrion y los demás comenzaba a irritarle.
— Robb nos dijo que nos quedáramos aquí, así que eso haremos. —dijo Catelyn.
Shae miró a su alrededor, al menos la mayor parte de mujeres estaban ahí, además de niños y ancianos. También aquellos que no se podían defender propiamente, nadie lo decía con esas palabras pero seguramente todos lo pensaban.
— Tal vez veríamos algo que los demás pasan por alto. Ayudar de alguna manera.
— Seguramente moriríamos. No podemos hacer nada. —dijo Sansa, siendo consciente de la cruda realidad— Por eso estamos aquí abajo. Lo más heroico que podemos hacer ahora es mirar a la verdad a la cara.
Nadie dijo nada, pero seguramente todos estaban de acuerdo con la joven Stark. Shae se sentó a su lado suspirando resignada.
— Esto me recuerda a la Batalla de Aguas Negras, ocultándonos de Stannis. —recordó Shae— Fuiste muy valiente. Tener a la Reina pisándote la sombra incluso en esos momentos no debió ser fácil.
— Viejos tiempos.
— Pero eres aún más valiente ahora. Cambiaste.
Sansa se sentía orgullosa de ya no ser la misma niña asustadiza que una vez fue prisionera en King's Landing. Pero las heridas no desaparecen, se convierten en cicatrices y esas mismas eran las que usaba como armadura.
— Lady Sansa ha pasado por mucho, por eso es más fuerte de lo que se imagina. —comentó Petyr Baelish, ganándose una mala mirada por parte de Shae. Aún no olvidaba las palabras de esa chica Ros.
— Sobre todo cuando usted ha tenido algo de culpa...
Catelyn carraspeó para detener la discusión que podría llegar a formarse, no era el momento y ahora más que nunca debían permanecer unidos. La batalla aún no acababa y no sabían lo que podía pasar más adelante.
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Los muertos trepaban por las murallas, ahora invadidos, no había un sólo rincón donde no estuviera uno de ellos. Todos gritaban, corrían y peleaban.
Sus manos se movían hábilmente con la lanza en ellas y a pesar de sentir un enorme dolor al ver los cuerpos inertes sobre el suelo de aquellos que llegó a conocer, no dejaba de pelear.
— ¡Robb! —gritaba a todo pulmón.
La armadura perfectamente hecha a su medida y que sólo cubría estratégicamente su torso ya estaba cubierta de sangre.
