9. Oficialmente Muerta

5.1K 347 109
                                    

Mi capricho resultó saliéndome más caro de lo que creí en ese último golpe visual que se produjo en lo más profundo de mi cerebro antes de que todo se tornase oscuro. Cualquiera diría que debo de "apreciar" el seguir viva, pero yo tengo una opinión completamente contraria. Debí de morir esta mañana y quizá podría haber vuelto a probar la belleza de la vida al perderme en la mirada de Jö. Sé que me estás viendo ahora mismo desde allá arriba con tu sonrisita de misterio y coquetería. No estoy molesta por seguir viva sino porque mi último pensamiento estuvo envuelto en una anhelada paz por estar casi segura de que nos volveríamos a ver. Te extraño demasiado Jö. Eres el trozo de corazón que necesita mi pecho para experimentar las alegrías de cada día. Yo debí irme y no tú. ¡No fue justo! Yo te convencí para que manejases de regreso a mi casa, tú no querías, pero nunca te resistirías a mis ruegos. Ni siquiera María Grazia sabe que me odio a mí misma cada mañana en que me veo al espejo y observo la maldita ausencia de rastros del peor día de mi existencia. No tuve ni un solo rasguño luego del accidente, quizá el destino lo deseó así para que la culpa jamás me abandone. Esta fue mi oportunidad de acabar con todo, pero ni para eso soy buena. No fue un arrebato de irresponsabilidad lo que me llevó a volar pese a las advertencias sino la posibilidad de verte, Jö. Si sigo en este mundo es porque tú lo quieres así: aún tengo muchísimas cosas que pagar antes de reencontrarnos.

¿Ahora cómo enfrentaré el resto de mis días? Tener las costillas destrozadas a tal punto que me duele horrores el solo respirar, un brazo enyesado y las piernas quién sabe con cuántas lesiones encima representan al menor de mis problemas. ¡No! ¡Claro que no! No quiero ni imaginar las cien mil estupideces que saldrán en las noticias relacionado a que "Ana Paula Córdova: la chica que se salva dos veces de una muerte segura" y demás idioteces. Es mi castigo: ¡LO SÉ! Perderme en el mundo de mis princesas fue la única manera que encontré para dormir luego de más de un año de llorar todas las noches por su partida. Estar con una chica diferente cada vez que me da la gana ha servido para confundir a mi corazón sobre lo que significa enamorarse de la mujer perfecta. La única condición para seguir -en contra de mi voluntad- atada al mundo terrenal es jamás volver a amar. Mi relación hacia María Grazia ha sido lo más cercano a romper esa regla implícita. No puedo hacerlo. Todo lo que toca mi corazón solo es para destruirlo en un millón de dolorosas piezas. Mis princesas evocan todo lo superficial que una mente podría imaginar y, a su vez, ellas encuentran lo mismo en mi presencia: somos tal para cual. En cambio, Jö me enseñó a vivir y eso nunca lo he vuelto a encontrar en nadie más porque ella era una en mil millones de princesas. Estoy segura de que estas heridas sanarán en semanas o meses y luego resultarán en una lejana anécdota del día en que tuve el estúpido valor para desafiar a la madre naturaleza en los acantilados. Sin embargo, dañar a una persona es como clavarle una ardiente daga que podrías sacarla, limpiar la herida con "disculpas muy sinceras", pero no importa que les regale cientos de perdones y disculpas, ninguna borrará las cicatrices que dejaste en su cuerpo. Todas las cicatrices poseen una herida que se abre al solo observarlas. Y nunca me podré perdonar por haberle quitado la hija de sus sueños a los Croft.

Mis peores pesadillas no están relacionadas a la noche del accidente en auto sino a los días siguientes. El entierro de mi novia fue tan desgarrador que no resistí más de diez minutos entre la multitud que se reunió alrededor del féretro para la última despedida de la mejor estudiante de mi escuela, la chica de ojos sentimentales que soñaba con ser astronauta para viajar a la Luna y así regalarme una verdadera "luna de miel" algún día luego de graduarnos. Los apasionados y lastimeros gritos de desesperación de la señora Croft aún vibran muy dentro de mis oídos cada vez que cierro los ojos y veo esa fotografía mental de su ímpetu por no dejar se aferrarse al ataúd. Apuesto mi vida a que sus lágrimas eran de sangre con disfraz transparente, llamaba a viva voz a su hija con una inmensa fe de que Jö le contestaría... Fui tan cobarde que me escabullí de ese grisáceo mediodía lejos del entierro y nadie me lo impidió. Tanto sus padres como los míos sabían que éramos novias. Jamás hubo problemas para nuestro amor. Y por culpa de ello fue que nadie me gritó que yo tuve la culpa, lo cual era más doloroso para mí. Quería sufrir la milésima parte de lo que sus padres estaban viviendo en ese último adiós, pero no lo logré porque siempre ese ha sido y será mi castigo. <<Pensar en ti siempre me saca lágrimas, amor>> susurro en silencio.

No seré tu PrincesaWhere stories live. Discover now