20. La fiesta de Halloween

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Mi cabeza estaba peor que un avispero incendiándose. Los recuerdos colisionaban uno contra el otro hasta provocarme esa horrible sensación de arrepentimiento desgarrador. ¿Cómo se me ocurrió decirle esas cosas? ¿Acaso no estaba enamorada de ella? ¡Aún sigo muriendo de amor por Chlöe! ¡No debí discutir! Todos tenemos días malos, y lo único que hice fue empeorar el de ella. Y he terminado despidiéndola...

Todo se acabó. Soy la única culpable.

Es curioso tener el "don" de destruir corazones sin ni siquiera darme cuenta de ello. Jamás lo haría apropósito, pero mis acciones son las que me definen y este es el resultado final. Mis buenos ánimos de la mañana, mi ansiedad por invitarla a la fiesta de disfraces, mis deseos de compartir esta noche con las risas y miradas de Chlöe fueron asesinados en solo cinco minutos por mi estúpido comportamiento. Fui ciega al no darme cuenta de que me estaba metiendo a donde nadie me llamaba. No fue una mala decisión: solo la consecuencia de haberla tomado.

El timbre del celular logra sacarme de las garras de la ensoñación en la que estoy sumergida desde hace casi una hora. Mi cuerpo se despega con lentitud de la cama para estirarse hasta la mesita de noche donde vibra el móvil.

No dudo en cambiar mis ánimos de golpe al ver que la llamada le pertenece a mi amiga Camila. Solo tardé una milésima de segundos en comprender el porqué de su llamada. Y de ninguna manera podía sonar llorosa ni entristecida.

- ¿Aló? -pregunté modulando la voz.

- ¡Ana Paulaaaa! -sonaba la voz chillona e infantil que tanto conozco-.

- ¡Brujis! ¿Qué es de tu vida? ¿Cómo estás?

- ¡Muy feliz! Hoy es mi día favorito. Y mis papis me compraron un nuevo disfraz.

Galina, la hija de 7 años de Camila, y yo nos volvimos muy amigas cuando pasó una noche de brujas en California. La acompañé a pedir dulces también disfrazada de bruja, y desde ese día nos volvimos en inseparables -sin contar las veces en que le enseñé a nadar como una sirenita-.

Durante la llamada de quince minutos, la pequeña me narró los diferentes disfraces con los que sus amiguitos de la escuela fueron vestidos hoy. Y también los muchos que ha visto por las calles de Washington esta noche. <<¡Está de moda Harley Quinn! Se han perdido los disfraces tradicionales>> se quejaba la niña más traviesa que he conocido en mi vida. Yo reía en silencio, y le daba la razón a su desbocada preocupación.

- ¡Sí! El día que quieras puedes venir a mi casa con tu mami para pasar la tarde comiendo galletas con una maratón de Harry Potter en la tele.

- ¡Yeeeeeh! ¡Le diré a mi mami! Ella dice que tú tienes mucho trabajo todos los días y que por eso no puedo visitarte.

Esta vez no pude evitar reírme de verdad. Acababa de oír a Camila reprenderle a su hija por estar diciendo "cosas" que no debe. Sé muy bien que mi amiga es muy rígida con el trabajo de todo el mundo, y por eso no quiere que su niña pudiera interrumpirme.

- No te preocupes, Galina. Siempre puedo darme un tiempo para ustedes. Visítenme cuando quieran.

- ¡Te quiero muchísimo Ana Paula! -exclamaba entre exaltados y divertidos chillidos- Mami quiere hablar contigo. ¡Adiós!

Yo también quiero a la pequeña Galina Mertz. Me saca risas cuando las creí muertas en mi corazón. Quizá no todo lo que toco debe de terminar entre lágrimas. ¡Mierda! Hice llorar a Chlöe. Los recuerdos bombardean a las paredes de mi cabeza con tanto ahínco que creo que explotará, pero decido ponerle atención a las cosas que me está diciendo Camila y así logro despejar mi mente sobre las cosas que sucedieron hace una hora.

No seré tu PrincesaWhere stories live. Discover now