37. Pesadillas

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¿Cómo iba negarme a su pedido?

Apenas el brillo suplicante asomó por el filo de sus pestañas, supe que visitar alguna playa no era un capricho sino una necesidad. No me entretuve pidiéndole explicaciones sobre el porqué un paisaje de arena y océano es importante, o, enseñarle a cómo afrontar lo que es una vida pública llena de escándalos. Una sonrisa, un beso en la mejilla y las prisas propias para organizar un viaje de último minuto fueron nuestras acompañantes durante el siguiente par de horas.

Tuvimos mucha suerte de conseguir un vuelo con asientos contiguos que despegaría a las diez en punto rumbo a Miami. Lo único que alisté fue una pequeña maleta de mano donde llevaba un par de toallas para protegernos de la arena ardiente, una muda extra de ropa y una botella medio vacía de protector solar. ¡Aquello fue rápido de encontrar! Lo que más tiempo nos llevó solucionar fue dejar a Duquesa con suficiente comida y distracción mientras "sus mamás" se iban de paseo por unas horas.

¡Obvio! No estamos saliendo para disfrutar un fin de semana al estilo sureño, así que darme un chapuzón en el océano es lo último que pasaría por mi cabeza. Ya en el verano -o primavera- me llevaría a mi novia a que conozca las delicias que guardan las playas de Santa Bárbara. Las incógnitas respecto a su vida estallaban como proyectiles contra las paredes de mi cabeza, pero nada comparado con las cosas que deben de estar navegando por su mente ahora mismo. Prueba de ello fue que Chlöe estuvo muy silenciosa durante las casi tres horas de vuelo. Sí contestaba a mis comentarios sobre lo bueno que nos hiciese el cambiar de 8°C a 29°C por un día. Incluso, se reía con mi teoría de que la cola de sirena me saldría una vez tocase el agua saladita del mar. Sin embargo, la conozco lo suficiente para saber que dentro suyo existe una tormenta con ganas de desatarse y destruirlo todo.

¿Acaso la pérdida de sus padres tendrá que ver con las cicatrices que marcan a su espalda? ¿En un solo día toda su vida cambió para siempre? Bueno, yo soy la prueba de que la segunda pregunta es muy cierta para cualquier persona en el mundo. La noche en que Jö se volvió en mi ángel guardián, nunca volví a ser la misma Ana Paula. No, ni siquiera siendo feliz al lado de Chlöe he podido recuperar la personalidad con la que crecí enamorada de Jö. Dicen que el tiempo lo cura todo, es cierto, pero las marcas jamás se borran.

No me di cuenta en qué momento ocurrió, pero llegué dormida al aeropuerto de Florida -los rezagos de la madrugada seguían consumiéndome sin cesar- a eso de la una de la tarde. Mi novia me despertó tocándome el hombro y los recuerdos del día en que viajamos desde España volvieron a mi mente en un solo instante. Siempre dudé si mi imaginación fue quien me hizo creer que la malhumorada alemana que conocí en Madrid me estuvo sonriendo antes de despertar, pero ahora sé que de verdad sucedió. Quizá desde ese día nos gustamos -al menos un poquito-, pero ninguna lo adivinó. Ahora que lo pienso, esta es la primera vez que viajamos juntitas como pareja, después de todo, nuestra relación es exclusivamente privada.

Fuimos de las últimas en salir del avión, no había prisas, las playas no se moverían así anocheciera ahora mismo y la conversación nacería de todas formas. El sol irradiaba con todas sus energías sobre nosotras una vez que descendimos del taxi en Homestead Bayfront. Una pequeña playa al sur de Miami con poca concurrencia y muy silenciosa como para las personas que solo quieren admirar la belleza de la naturaleza marina. Suaves brisas hacían temblar a las copas de las palmeras mientras el calor nos provocaba picazón en cada parte de nuestro cuerpo. Toallas extendidas en la vaporosa arena, suéteres fuera y bloqueador solar fueron los preparativos para disfrutar de este domingo tan inesperado.

- Gracias, Paula -habló con la voz contenta mientras se sentaba con las piernas cruzadas como en yoga sobre la toalla-.

- ¿Por qué?

No seré tu PrincesaWhere stories live. Discover now