44. Celos en Londres

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Las siete horas de vuelo me resultaron demasiado cortas de disfrutar. Apenas el avión había alcanzado los diez mil metros de altura mis ojos se cerraron llenos de cansancio, enojo, tristeza y un gran dolor por tener el corazón quebrado. Y no se volvieron a abrir hasta que el brillo de la tarde londinense se hizo lucir a través de las ventanillas. Tuve suerte de no haber soñado nada durante todo ese tiempo: todo fue un cerrar y abrir de ojos, como si mi mente se hubiese vaciado por un segundo. Sin embargo, el darme cuenta de que ya había cruzado el charco solo me trajo las motivaciones negativas que me han traído hasta aquí.

¡Obvio que Chlöe está en mis pensamientos! Aunque logré distraerme un poco con la travesía que implica estar en un aeropuerto al otro lado del mundo. El no traer equipaje alguno me ahorró bastante tiempo perdido, no tuve problema alguno al pasar por migraciones, pero sí tuve que sacar carisma del fondo de mi corazón al ser "descubierta" por unos fans italianos casi en la salida del aeropuerto. Selfis, una story haciendo un divertido boomerang con ellos y unos abrazos que casi me hicieron llorar de emoción (intento ser dura, pero la ausencia de Chlöe logra derretir mi frialdad) lograron que me retrase unos quince minutos en escapar del aeropuerto. Lo último que necesito es ser atrapada por las personas más simpáticas y buena onda que existen en el universo: ¡los periodistas! Ni siquiera tengo mis sombras y delineadores Chanel a la mano para camuflar la desoladora expresión que llevo encima, así que a la primera foto que algún reportero robase de mí, serviría para inventar una estrafalaria historia.

Desde las olimpiadas de 2012 no había vuelto a pisar tierras inglesas, así que mi sorpresa por ver taxis de color negro -y no el clásico amarillo- estuvo más que justificada. El viaje en auto sucede de forma tranquila, solo un poco de tráfico a medio camino provocó que llegase con retraso al edificio departamental donde vive la familia Stevenson-Ivanov. Las diferencias entre las urbes americanas e inglesas saltan a la vista apenas bajo del taxi: ¡ladrillos rojos por doquier! Todas las fachadas de las casas parecen gemelas unas de otras a lo largo de las cuadras con sus techos en forma de punta, las ventanas divididas en dos rectángulos y el enrejado que protege a pequeños jardines que decoran los laterales de las puertas blancas. Supongo que la mayoría de las personas ajenas a Londres han de pensar que vivir aquí debe resultar barato, pero los departamentos más "sencillos" en el lujoso barrio de Chelsea bordean al menos el millón de libras esterlinas. Así que no me sorprendería que el pent-house donde vive Mila tuviese un valor más arriba que el promedio.

Apenas el ascensor -exclusivo del pent-house- se abre frente a mí surge un sonoro chillido que despega mi atención del celular.

- ¡Ana Paula! ¡Sí viniste! -me saludaba Mila Ivanova con un gran abrazo- Llegué a creer que tu llamada fue un sueño.

- ¡Ya ves que no!

Respondí igual de emocionada que ella. Tantos años sin vernos en persona despertaron el cariño que le tenía guardado a la amiga que cambió mi vida gracias a sus consejos. Quizá, esta vez no sería distinto. Después de todo, ella y su esposa han pasado por miles de cosas para por fin estar juntas y felices al lado de sus hijas e hijo.

- ¡Wow! Tanto tiempo llevo sin viajar a los Estados Unidos que he olvidado lo ajetreado que son los vuelos. ¡Mírate! Casi parece que fuiste atrapada por un huracán al cruzar el Atlántico.

Sus divertidos ojos color chocolate me recorrieron de arriba abajo sin detenerse en ningún punto específico de mi cuerpo. Estuve a nada de decir algo, pero el guiño que me hizo fue suficiente para comprender que ella había intuido lo que en verdad me sucede.

- En cambio, tú, te ves llena de alegría y fuerzas.

- ¿Por qué suenas tan sorprendida? -preguntó en medio de una sonrisa mientras me indicaba que la acompañase por el enorme salón de parqué hasta llegar a unos sofás blancos-.

No seré tu PrincesaWhere stories live. Discover now