21. Eres mi Primavera

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Infinidad de veces he oído decir a la gente que la vida es muy injusta. Sin embargo, yo discrepo de ello ya que injusto es el tiempo. ¡Sí! Ese ente invisible al que no puedes ver ni mucho menos detener por un instante, pero es omnipresente e indestructible. ¿A qué me refiero? ¡Simple! Cuando sientes que tu vida está yendo mejor que un cuento de hadas, los días se evaporan como si fuesen horas y sin darte cuenta el tiempo se te acaba. ¡Ah! Mejor ni hablar de los episodios más tristes y dolorosos que te ha tocado experimentar pues estos alargan las semanas como si fuesen años eternos solo para que tus heridas tarden infinidades en cicatrizar.

En fin... ¿a quién culpar sobre las leyes del tiempo? Las cosas buenas son efímeras y las malas nunca se olvidan del todo. Ambas son necesarias para lograr el equilibrio sino ¿cómo sabríamos que esto o aquello es bueno para nosotros si jamás conocimos las lágrimas más ardientes que pondrían al sol celoso? Además, por naturaleza cada una es así y no al revés. ¿Acaso no vivimos con más ahínco cuando avanzamos hasta llegar a nuestros sueños más profundos? Siempre tenemos ese impulso de seguir saltando las dificultades porque estas nos aterran, y cuando damos por finalizada a nuestra odisea disfrutamos esos escasos segundos de gloria y felicidad. Lo siguiente que sucede es que al sentirnos "invencibles" formamos nuevos retos que pronto se tornarán en sueños cada vez menos inalcanzables y así hasta el fin de los tiempos. Si la felicidad fuese duradera pronto nos cuestionaríamos si valió la pena lograr algo tan fácil y para toda la vida. Si ya eres feliz, ¿qué te motivaría a salir de tu cama o tomar tu desayuno un día cualquiera?

La madre naturaleza es tan sabia que nos demuestra esa idea en todo lo que crea. Por ejemplo, la primavera es una estación amada por todos, pero se hace esperar nueve largos meses y solo dura un tercio de ello. La espera vale la pena. La primavera es el renacer de la naturaleza y del espíritu que nos envuelve a cada uno de nosotros... solo tienes que hallarla. Fácil, ¿no?

¡Está bien! Tengo toda la justificación para hablar sobre sufrimientos y arrepentimiento durante horas y horas, pero no pienso hacerlo. ¡Hoy no! Y tampoco mañana ni espero hacerlo nunca más. Mi único anhelo es continuar con el jardín que quiero regalarle a mi primavera.

El viento soplaba en contra nuestra. Los ojos se me entrecerraron a causa de la ventisca, arrugué la nariz por ese inesperado visitante, pero sus dedos ahuyentaron mi mal humor casi como el bailoteo de una varita mágica. Mis cabellos dorados volvieron atrás de mi oreja y su mano volvía a acariciarme las mejillas con una suavidad angelical. Curvo los labios, no intercambiamos miradas, pero las adivinamos, ella ríe y yo suspiro en silencio.

Antes creía estar enamorada, pero ahora lo dudo dado que esto que siento debería tener otro nombre más profundo e intenso. ¿Qué sigue luego del enamoramiento? Apuesto que en el diccionario no existe palabra alguna que lo sepa definir a la perfección. ¿Acaso existe el "amoramiento"? ¡No lo creo! Un millón de veces escuché a mis papás decirse que cada día se enamoraban más y más uno del otro. Entonces, ¿jamás dejas de enamorarte? ¿Hay niveles? ¿Y si los hubiera cómo se les llamaría? ¿Poco, más o menos, mucho, extremadamente enamorada de alguien?

¡La semántica es insuficiente! ¡Adiós lingüística!

Los sentimientos son indescriptibles y únicos por naturaleza. Ahora sí que puedo afirmar que los besos son un inteligente invento para cuando las palabras se vuelven inservibles y estorbosas, y los dulces silencios expresan lo impronunciable entre dos amantes enamoradas.

- ¡Dos dólares y setenta centavos a cambio de tus pensamientos! -pronunció con gracia al por fin robarme la mirada.

- ¿No te parece muy baja la oferta?

- Bueno... Entonces, que sean tres dólares.

El anochecer estaba próximo a caer sobre nuestras cabezas desprotegidas de abrigo ante la inclemencia del invierno que pronto llegaría junto a diciembre. Pero el cariño que nos profesábamos bajo la copa de un desnudo y viejo roble parecía ser suficiente para el cambio de estación. Acompañé a sus traviesas carcajadas con mimo, pero no me enderecé y preferí abrazarla por su cintura mientras mi cabeza seguía recostada sobre sus piernas. Sostuve la respiración unos interminables segundos en los cuales sus brazos surcaron los valles de mi torso para cerrarse en una cálida prisión de la que jamás pensaría escapar.

No seré tu PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora