16. Universo X

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Acababan de transcurrir cerca de veinte minutos desde que mi horario laboral había culminado por el día de hoy, pero yo seguía inmersa en el cuidado de los pacientes más importantes en todo el universo. Me sé de memoria cada una de sus caritas y nombres, así como ellos y ellas me conocen igual de bien. Definitivamente, ayudar al resto jamás lo podré considerar un trabajo y es por esa razón que disfruto cada minuto que comparto con mis pequeñines. ¿Cómo negar el hecho de que mi corazón se estruja hasta hacerse diminuto cuando un inesperado día veo una cama vacía? En parte me alegra que se recuperen pronto, pero me es imposible no echarlos de menos. Cada una de sus risas están muy bien resguardadas en el fondo de mi corazón que cada vez se vuelve más y más infinito.

¡Ando más sentimental que de costumbre! ¡Y eso me anima muchísimo debido a la dulce causante de ello!

Esta mañana recibí la visita de Claire y su familia. La pequeña quiso darme las gracias en persona, pero terminé siendo yo la que le agradeció todo el cariño que me transmitió en ese eterno abrazo-en el que aún siento la palpable calidez alrededor de mi cuello-. Los rostros enternecidos de sus padres eran el reflejo del poema más sentimental jamás escrito, ya que ver a su hija otra vez corriendo y saltando luego de su larga hospitalización es una bendición. Claire había sufrido una lesión en su columna vertebral en julio, su recuperación fue casi total para fines de agosto que fue cuando la conocí. Simplemente, ella no quería intentar ponerse de pie para la rehabilitación, así que cuando oí de su caso no dudé en ayudarla. Fueron muchísimas conversaciones las que sostuvimos hasta que se atrevió a bajarse de la silla de ruedas. Lo peor de un accidente es el miedo que puedes adquirir luego de ello, y Claire lo tenía al haberse caído por las escaleras al estar saltando los escalones.

No hay mayor satisfacción alguna cuando unos padres te dan las gracias por hacer que su hija esté sonriendo otra vez. Lo único que puedo hacer es devolverles el gesto, respirar hondo, ahogar mis lágrimas de felicidad y seguir ayudando a más de mis pacientes.

- Sabía que te encontraría aquí, Chlöe -exclamó con gracia mi amiga que acababa de entrar a la sala de rehabilitación-.

- ¡Hola, Camila! Solo estoy terminando con los ejercicios de este superhéroe que pronto podrá volver a volar por los cielos.

- ¡Siiií! Chlöe dice que falta muy poco para que yo pueda volver a casa. Pero estaré triste porque ya no la veré todos los días.

Hoy parecía ser el día de "hacer llorar a Chlöe de alegría", pero supe cómo suprimir esas lágrimas y a cambio le devolví la sonrisa a Jared. Una enfermera había aparecido en la entrada para regresar a mi paciente a la sala infantil, y cuando los vi desaparecer sucedió que en automático mis ojos permitieron que todo el océano Atlántico se desbordase a través de ellos.

- Aquí tienes -susurró Camila dándome un pañuelo-. ¿Me acompañas a recoger a mi diablita? y de paso conversamos. Sé quién te visitó hoy, Chlöe.

La doctora Mertz o Camila -solo para los amigos más cercanos como yo- fue la primera persona que conocí a mi llegada a la clínica y casi de inmediato nos volvimos en muy amigas. Camila es de las más respetadas neurocirujanas gracias a la sangre fría que tiene para tomar decisiones cruciales y nunca dudar de las capacidades del resto. Todo ello calzaría a la perfección en el típico modelo de una doctora con treinta años de experiencia y mil operaciones exitosas, pero lo que la hace especial es que apenas tiene 27 años (¡es menor que yo!) y ha demostrado con creces el talento que posee. Después de todo, fue ella quien me encargó la rehabilitación de Claire ya que estaba segura de que esa niña podía volver a practicar todas las actividades previas al accidente: <<Solo necesita que alguien le devuelva la confianza para saltar hasta el cielo. Chlöe, sé que tú lo harás realidad>>.

No seré tu PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora