45. Impulso

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Qué extraño se me hizo dormir a solas luego de acostumbrarme a tener un ángel cuidándome durante las tinieblas de la noche. Fue sencillo cerrar mis ojos apenas me despedí de Mila y Arantxa al subir a la habitación de huéspedes en la terraza, el cansancio de las emociones -buenas y malas- que he vivido desde ayer sumado al estrés del viaje me arrastró al mundo de lo sueños. Sin embargo, mis brazos no encontraron su cintura ni la ternura de sus mejillas en medio de la oscuridad. El corazón se me encogió al imaginar el sufrimiento que Chlöe debe estar viviendo ahora mismo porque sus peores miedos suceden mientras duerme, y yo no estoy allí para protegerla. ¡La amo! Es obvio. Estoy dolida, pero ello no implica que mi corazón deje de preocuparse por el suyo. Jamás seré feliz si mi alemana de ojos color miel no está sonriendo, o, al menos, matándome con lentitud usando su mirada de acero.

Derramé más de una docena de silenciosas lágrimas durante la madrugada, aferrada a una de las inertes almohadas que no lograban calmar a mis agitados latidos de romance. Un par de bostezos brincaron fuera de mi boca, ¿qué hora es? Quizá no la suficiente como para ver el sol asomarse a través de las ventanas del dormitorio que seguía sumido en sombras. Tanteé de forma aleatoria por los bordes de la cama buscando el celular, pero el fugaz recuerdo de haberlo dejado conectado a la electricidad me hizo dudar en si merecía la pena salir de la tibia crisálida formada por las mantas para solo ver la hora.

¡Terminé haciéndolo! Aunque el choque helado del ambiente casi me mandó de regreso a debajo del cubrecama. Casi dando saltitos fue que crucé la mitad del cuarto, tomé con prisas mi móvil y volví a refugiarme en la calidez de mi crisálida. ¡Qué frío! Jamás viviré al otro lado del charco, pensé mientras tiritaba antes de acurrucarme en mí misma, pero cualquier rezago de sueño desapareció al encender la pantalla del celular. No, no fue por el hecho de que fuesen las cinco de la mañana sino por las notificaciones de unas llamadas perdidas de Dallas. ¡Claro! La diferencia horaria de cinco horas.

Me apresuré a llamarla, ojalá siguiese despierta, pues habían transcurrido más de treinta minutos desde la última. ¿Habrá sucedido algo? Imaginé muchos escenarios posibles mientras el celular timbraba, el pecho me dolía de desespero ante la espera, pero el escuchar su saludo lleno de alegría me sirvió como calmante. Supongo que el único motivo para su llamada que no cruzó por mi mente fue el del bendito "trabajo". ¡Sí! Luego de unos divertidos minutos conversando y riendo sobre mi inesperado viaje a Londres, Dallas me explicó que mi jefa asumía que yo estaba al tanto de los temas de marketing que se tocarían durante las primeras reuniones de esta semana. Definitivamente, las cosas siempre pueden ir a peor. Escaparme de Washington DC quizá no fue la mejor de mis ideas pues olvidé por completo el hecho de que no estoy de vacaciones en Inglaterra sino por agobiante y aburrido trabajo.

Gracias al cielo es que tengo un ángel de la guarda en mis momentos más difíciles: resulta que Dallas se tomó la molestia de prepararme resúmenes de los puntos principales sobre los que tratarían las reuniones de hoy. Nos quedamos conversando por más de una hora en torno a las cosas que todavía no me quedaban del todo claras. Quizá tomarme unas vacaciones repentinas en California hubiese sido una mejor solución para despejar las nubes alrededor de mi corazón, pero ya no es momento de arrepentimientos. Hoy es mi oportunidad para dejar en claro que soy mucho más que una "vacía Influencer". La responsabilidad logró ahuyentar las ganas de quedarme metida en la cama dado que recibí el amanecer londinense estudiando los reportes y bigdata que Dallas me envió al correo. ¿Cómo se me ocurriría reunirme con los ejecutivos sin haber preparado nada? ¡Me he salvado por muy poco! Y la mejor manera de pagárselo a mi amiga es teniendo una excelente presentación este mediodía. Los buenos deseos de Chlöe no me vendrían nada mal, pero dadas las circunstancias, eso ya es pedir mucho para mi desdichada suerte.

- ¡Ay! Casi me da un ataque... -salté de la silla al sentir una mano sobre tocándome el brazo en medio de la silenciosa mañana del martes-.

No seré tu PrincesaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt