11. Siempre Ana Paula

4.7K 313 51
                                    

Un viajecito muy largo resultaba ser el regreso a California. No solo lo digo por la indiferencia de Chlöe Müller -jamás se quitó los audífonos ni cuando las aeromozas repartieron la cena- sino por el problema de no poder dormir a gusto. Cuando el sueño intentaba atraparme entre sus sedosas redes, el avión atravesaba el Atlántico y con ello nos sumergimos en un largo espiral de turbulencias que hacían vibrar a todo el fuselaje. Estar en clase ejecutiva tampoco evita que a dos asientos delante tuyo a un niño se le ocurra llorar sin parar.

¡Vaya desesperación!

Lo único que deseaba era aterrizar lo más pronto posible en el aeropuerto John F. Kennedy para hacer escala y rezar para que el viaje hacia San Francisco se tornase más tranquilo que este. Ahora sí puedo decir que es cierto eso de "la cura es peor que la enfermedad" puesto que la estoy sintiendo en carne propia.

¡Mierda! Y todavía me faltará el otro vuelo a Washington...

- Ana Paula... ¿estás despierta?... ¿Ana...?

Esa voz la había oído bastante este día, pero jamás imaginé que mi nombre se oiría tan dulce entonado de esa manera. ¿Un sueño? ¿Cuándo me quedé dormida? Además, es la primera vez que se refiere directamente a mí. La espié con los ojos aún entrecerrados en la penumbra nocturna. No me dejaba de observar mientras que una de sus manos posadas en mi hombro hacía el intento de despertarme. Muero de ganas por sonreír ¡¿pero por qué?! ¿Qué cambió durante el inesperado tiempo en que me quedé dormida? ¿Ahora sí quiere hablarme?

- Ho... hola... Chlöe -susurré entre bostezos aún con ganas de acurrucarme en mí misma y seguir durmiendo, pero la tentación de oírla fue más-. ¿Qué sucede?

- Buenas noches, señorita Córdova -la formalidad en sus palabras me supo a un baño con agua gélida-. La desperté para que no olvidase tomar sus pastillas contra el dolor, y también quería avisarle que estamos a menos de media hora de aterrizar en Nueva York.

Juro que oí mi nombre y no mi apellido frutos de su propia voz, pero no tuve tiempo alguno para preguntarle si eso fue parte de un sueño o solo cuando duermo se atreve a romper las formalidades pues ella ya tenía lista las píldoras y la botella de agua. Sus ojos no se alejaron de mi rostro hasta que vio desaparecer tras mi boca esas tres pastillas con nombre extraño.

- Antes que me sigas ignorando, ¿podríamos dejar algunas cosas claras? -me adelanté a decir al verla que sus dedos tentaban con volver a tomar los audífonos inalámbricos que descasaban sobre su regazo.

- Sí, claro, señorita Córdova. ¿Qué inquietud tiene respecto a mi trabajo? -otra ráfaga de escalofríos arrasaba con mi buen y muy escaso humor por estar recién despierta.

- Por el amor de Dios... llámame por mi nombre: ¡Ana Paula, Ana o solo Paula!

- ¡Oh! Lo siento si te estuve ofendiendo, Ana Paula -exclamó con verdadera culpa-. Estoy acostumbrada a tratar a mis pacientes con las "reglas de etiqueta francesa". Es muy cierto que ustedes los americanos son más friendly en el trato cotidiano.

- Muchas gracias por entenderlo. Por cierto, Chlöe, quiero saber si has aceptado este trabajo por propia voluntad o... no sé. Lo digo porque siento que no te agrada la idea de que seas mi terapeuta y eso que tenemos menos de un día de conocernos.

La alemana se había quedado mirándome con atención por dos o tres segundos. Al menos, en mi cabeza esas palabras sonaron de la forma más amistosa y cordial posible. Lamentablemente, no soy de las personas que disfrutan darles vueltas a las cosas para que estas se suavicen para sonar mejor. Yo digo lo que pienso y no me interesa nada más.

No seré tu PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora