Capítulo 32

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La habitación que le asignaron a Boyd está resguardada, justo como Johan me prometió. Antes de entrar ya sabe que estoy aquí pues lo escucho claramente decir mi nombre. Los guardias me dejan pasar al terminar de inspeccionar mis cosas, con miradas de advertencias abren las puertas para mí.

Lo primero que llama mi atención es Boyd, obviamente. Él está levantado parece que buscaba algo pero se ha detenido al percibirme entrar. Quiero ir hacia él y abrazarlo, pero no sé si es lo más sensato. Me contengo hasta que es él quien viene torpemente hacia mí. Mi respiración se atora en mi pecho cuando sus brazos deciden envolverme con fuerza.

— Esto es una tortura, Ariel —se queja, su rostro enterrado en mi cabello, cierro mis ojos—. Una completa tortura.

— ¿Te hicieron daño?

— Aquí no puedo sentirte —suelta en voz baja.

Mi corazón se alborota, tanto por sus caricias como por sus palabras. Decido tocarlo también, pero con mucha más reserva de la que él demuestra. Sé que su piel no está acostumbrada a sentirme, si quiero que su cuerpo no me rechace tengo que demostrarte que no estoy aquí para dañarlo. Mis dedos recorren su mandíbula dibujando su silueta, bajan por su elegante cuello hasta su armoniosa clavícula, cuando siento su corazón latir en la palma de mi mano me detengo, allí.

— ¿Cómo estás? —cuestiono con una tono de voz que me avergüenza.

Lo veo sonreír con su rostro sonrojado. Verlo así me hace olvidar mi propio nombre. Luce tan divinamente distinto, mejor, como si el peso del mundo hubiese dejado su espalda.

— Mucho mejor ahora —confirma tomando distancia un poco avergonzado por su arrebato—. Lo siento si te abrume, no he podido resistirme.

Sonrío como una idiota.

— Yo tampoco —admito—. ¿Qué estabas buscando? —decido cambiar de tema.

Camino por la habitación inspeccionándolo todo, hay una única ventana desde donde se puede ver el patio principal de la casa, donde todavía hay gente queriendo hablar con el alfa para organizarse. Toda la habitación está bellamente decorada, nada extravagante. Y la cama se ve alucinantemente cómoda.

Debo agradecerle a Johan.

— Mi ojo —volteo a mirarlo sumamente confundida, él bufa negando—. Así le digo a la rama que suelo llevar conmigo, ¿puedes verla?

Que curiosa manera de llamarlo.

— Sí.

Está junto a mí, tiene sus usuales rocas de colores atadas a ellas y parece irrompible.

— ¿Podrías pasármela, por favor?

No respondo, me muevo como si su voz me hipnotizara. Cuando tomo la rama una corriente eléctrica me recorre el cuerpo entero, eso me hace sisear.

— Es normal —murmura Boyd—. Si fueras un extraño probablemente te hubiera tirado al suelo, pero ya te conoce.

Al entregársela sus dedos rozan los míos causándome otro escalofríos.

— ¿Por qué lo llamas de esa forma? —cuestiono viendo golpear el suelo con la rama.

— Extiende mi magia, me ayuda a hacer "barridos" para sentir o percibir las cosas —explica con simpleza—. Te siento inquieta, ¿Qué sucede?

Me quedo callada sin saber por dónde comenzar y eso lo pone nervioso, su semblante cambia repentinamente. Quiere acerarse a mí otra vez pero vacila, hasta quedarse paralizado en su lugar.

Los Mestizos IIWo Geschichten leben. Entdecke jetzt