Capítulo 50 parte 1

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Toda mi vida he hecho cuanto he podido para cambiar el destino de los demás, aunque eso signifique condenar el mío.

Desde que Zachcarías Losher entró en mi destino mi vida dejó de tener sentido, todo lo que deseaba era desaparecer, tener un descanso, un respiro. Deseé morir, pero, ¿Qué lograría con eso? Tendría mi descanso, sí. Pero él tomaría a otros, les arruinaría la vida de formas impensables. Mi acción solo lo conduciría a alguien más. Y entonces, todo sería igual, nada cambiaria en lo más mínimo, solo mi vida, que acabaría para obtener ese desesperado respiro.

Pensé que no había podido hacer nada por mis padres, pero que quizás podría hacerlo por otros. Para que mi existencia valiera un poco.

Cada vez que él volvía ese pensamiento cambiaba a uno oscuro. Uno hoyo donde caes que parece no tener fin, no puedes respirar, todo duele, todo quema y...no puedes gritar porque no hay nadie que te oiga.

Entonces conocí a Ariel. Y el miedo fue mayor, al igual que el odio. Odié todo. A mí mismo. A ella. A lo que me rodeaba. A él. No me pareció justo que ella llegara, lo vi cruel, lo vi como un castigo.

Para ambos.

Su llegada a mí cambió el rumbo del camino, de mi camino.

Qué manera tan delirante y deliciosa cuando las cosas cambiaron entre nosotros. Cuando pude escucharla, tenerla cerca, poder tocarla, besarla, sentirla. Todo mi mundo se estremeció girando con cada una de sus risas. De pronto supe, con todo lo que fui, con todo lo que soy, con todo lo que podría ser, que mientras yo viviera, viviría por ella.

No he sido tan feliz en esta vida, como lo he sido a su lado.

Y como lo fue al principio, la única forma que renunciaría a ella es si el estar juntos representara un riesgo para su vida, su preciosa vida. Es por eso que cuando escucho su voz en mi mente susurrando "Vuelve junto a mí, o será ella en tu lugar", renuncio a ella.

Renuncio a nuestro vínculo acariciándolo con ternura, agradeciéndole por salvar mi vida, por acogerme, por amar.

Cuando regreso al lugar que solía ser mi casa, no tengo miedo, ni siquiera cuando puedo ver al hacedor de mis pesadillas. Trae puesta una toga negra que mi nariz reconoce y el largo collar con cuentas intercaladas con el que me amarraba. Cierro mis manos, para que no tiemblen. No puedo verle el rostro, pero puedo ver su mandíbula marcada en esa piel que casi parece piedra y su boca, de labios casi inexistentes, gris enfermizo.

-Que gusto me da poder sentir tu magia ronroneando después de tanto tiempo, mi pequeño delator -extiende una mano, de uñas largas e irregulares. El estómago se me revuelve-. Baja ya esa adorable muralla, ¿Por qué no muestras algo de respeto por quien te crió? -da un paso hacia adelante y retrocedo, sin poder evitarlo-. No te lo voy a volver a repetir, malagradecido despreciable.

Su magia vapulea la mía, buscando doblegarme. Puedo sentir el poder mesclado de su magia, enriquecido por la influencia de la luna.

-¿Qué es lo que quieres? -devuelvo el golpe, pero mi magia no es como la suya. Mi magia son chispas que saltan en mi sangre. La de él son rocas golpeándose entre sí, porque no pertenecen las unas con las otras, no pertenecen a él.

Sonríe, como si le estuvieran insinuando una caricia.

-Solo quiero iniciar mi Acto de fe...

Se jacta, como si hubiese sabido en ese preciso instante que la puerta iba a ser abierta de una patada.

Ariel está allí, luciendo como si le hubiesen arrancado una parte de sí. Detrás de ella veo a Ivonnet y a Johan.

Los Mestizos IIWhere stories live. Discover now