Capítulo 34

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¿Alguien? Pero... ¿Quién?

No lo entiendo.

Encuentro la puerta y la voy abriendo poco a poco intentando que se filtre el menor veneno posible. Wanda llora al verme, ha recuperado la movilidad de la mitad de su cuerpo. Se arrastra queriendo ayudarme, pero la detengo.

En cuanto meto lo mejor posible el cuerpo del soldado dentro cierro la puerta y voy por la mujer.

Atrás dejo los gritos de ambos llamándome, deteniéndome.

La encuentro pocos metros después, sentada y respirando pesadamente.

En cuando llego a su lado me jala y cubre mi boca, señala hacia abajo con rabia quitando su mano de mi rostro. Entre la espesa nube, se pueden ver manchas, como siluetas cubiertas por túnicas.

Mi piel se pone fría inmediatamente.

Mi rostro vuelve hacia el de la soldado, el de ella brilla sudoroso por el esfuerzo, está pálida.

- ¿Puedes moverte? -susurro tan bajo como puedo.

Niega lentamente.

- Puedo arrastrarme -me detiene cuando intento ayudarla-. Escúchame, puedo llegar a la puerta, pero alguien tiene que jalar la palanca de emergencia...Alguien dañó el botón que usan en el panel de adentro, debe hacerse manual -asiento-. Está del otro lado, como a treinta metros. Sé rápida, que no te vean. Más te vale salir ilesa de esto -se queja por lo bajo moviéndose-. Demuéstrame que mereces ese uniforme.

Me levanto y comienzo a correr tan silenciosa como puedo, si los de las túnicas son seguidores, deben ser humanos y ellos no me percibirán tan fácilmente.

Tengo que lograr llegar al otro lado, pero solo hay escaleras en los extremos del túnel, llegar a ellos me tomara mucho tiempo y será más peligroso, ¿Cuántos metros llevo?, debo cruzar ahora, desde aquí no puedo ver bien el otro lado.

Cálmate, Ariel, no pierdas la cabeza. Concéntrate.

Debo saltar, no hay forma de hacerlo por arriba, no hay de donde sujetarse. Si salto, luego podría subir por la tubería y luego ayudarme con la rampa.

El cuerpo me tiembla cuando comienzo a pasar mis piernas por las barandas, ya no veo túnicas, pero son como diez metros de caída. En un jadeo me lanzo recordando lo que en clase nos enseñaron, que mi cuerpo sabe cómo caer, mi instinto me lo dirá, solo no debo prohibírselo.

El miedo bloquea mi cuerpo, lo que hace que mi caída sea dura y dolorosa. Por suerte no me tuerzo los tobillos, pero el golpe hace que el aire en mis pulmones sea expulsado con furia. Siseo dolorida.

El piso está helado, muy frío, incluso siento que el viento que corre, me humedece el rostro. Es demasiado extraño. Mi cuerpo se siente mucho más pesado, todo mi cuerpo tiembla al ponerme de pie. El olor que golpea mi rostro es horrible, ni siquiera puedo describirlo, no sé de donde viene pero no intento descubrirlo.

Me quejo adolorida cuando doy un paso, no me detengo, continuo aunque sienta que algo dentro de mi está roto.

- Mestiza.

Mis ojos localizan de dónde proviene la voz, pero no veo nada. Una serie de murmullos se desatan, todos dicen lo mismo.

"Mestiza".

Me desespero girando mi rostro en todas las direcciones pero no veo a nadie, solo gris y entonces...una mancha. Mareada por el movimiento no me detengo a tiempo y recibo el golpe que me tumba.

Gruño desde el suelo.

- Qué bonita mestiza -esa voz me produce asco-. Pero aunque hermoso sea el pecado, no ha de ser perdonado.

Los Mestizos IIWhere stories live. Discover now