"¡Vete al infierno!"
"De ahí vengo, ángel. Y, no hay forma de que me hagas volver"
Ambos estaban perdidos, en un lugar al cual no podían llamar hogar. Mientras que su mente lo único que lograba era confundirlos y no hacer nada fácil su estadía. Los...
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Why Try – Ariana Grande
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Se supone que sus manos transmiten paz, que tenían que ser usadas para calmar a las personas, acabando con el caos y la discordia de aquel impuro lugar al que fue mandado.
Eran sus instrumentos. Ellas son las que tenían ese don que lo hacían especial; eran tan importantes como sus alas. Eran su esencia, y no había forma que un ángel pudiese ser uno sin aquella.
Por lo tanto, no era posible que fueran usadas para algo malo. Pero, ahora, lo estaban siendo.
Sus manos, o más bien, puños, estaban llenos de sangre, que no era la suya. Daban golpes sin medir la fuerza de ellos, impactando contra el mismo lugar una y otra vez. No se cansaban, y eso era lo peor, porque a cada golpe solo quería dar otro, hasta que el rostro en su delante quedase completamente destrozado y llegara a ser irreconocible para cualquiera.
Sabía que debía detenerse, estaba demasiado cerca de su límite, y eso podría costarle aquel preciado poder que guardaba con suma adoración. Lo intentó en un comienzo, pero cada vez que volvía a posar los ojos sobre aquel rostro cubierto de sangre, volvía a recordar los ojos rojos llenos de temor en ellos, el cuerpo que tembló entre sus brazos y los labios que solo soltaban sollozos.
Fue en desde ese momento que supo que algo cambió dentro suyo. Tal vez, fue algo que siempre estuvo ahí, pero se mantuvo oculto todo este tiempo.
Negó con la cabeza ante los pensamientos y los sentimientos que traían con ellos, para continuar. Otro golpe fue dado contra el rostro, pero luego se detuvo. La puerta se abrió, haciéndolo llevar la mirada al culpable de todo esto.
—Suéltalo —la voz era firme, pero no logró que moviera un solo musculo. Su mano izquierda aun hacía puño la camiseta llena de sangre, evitando que el dueño de esta pudiera escapar —. Ashton, suéltalo.
Frunció el ceño, pero decidió obedecer. El sujeto cayó al suelo una vez su mano soltó la prenda, haciendo que una sonrisa se posara en su rostro, para que luego se escuchara un bufido de parte del nuevo integrante de la escena. Bueno, esto salió mejor de lo que lo planeó.
Sin duda, lo seres humanos eran demasiado fáciles de manipular. Solo necesitaba una botella de alcohol barato y dulces palabras para tenerlos en la palma de su mano.
—¿Feliz? —una perfecta sonrisa ocupó su rostro, mirando en dirección al intruso. Los ojos oscuros lo miraron molestos, pero aquella expresión no tardó en desaparecer. Desde el comienzo supo que no duraría mucho.
No había nadie mejor que él en cuanto se tratará en torturas hacia los humanos.
No era su estilo; dañar a uno de estos seres, pero sabía que las almas impuras merecían ser castigadas, y recibir justicia por sus malas acciones. Tal vez, no era el responsable de eso, pero tampoco era como que pudiera traer el infierno completo a la tierra solo por un simple humano.
