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JaeHyun

—Nada de descontrol ni de ponerse en peligro, podrás ser fuerte y poderoso y blah blah blah pero no eres inmortal. Más te vale escribir todas las semanas o yo misma voy y te traigo de los cabellos. —me amenazó con el ceño fruncido y el dedo apuntándome, como si su voz no temblase en cada palabra.

—Ya lo sé, mamá. Cartas todos los lunes, nada de exponerme. Captado, capitana.

—Bien.

Miré sus ojos por lo que sería la última vez en mucho tiempo. Estaban tristes e hinchados, de seguro por haber llorado todas las noches por una semana. Ella era sentimental, el saber que me alejaría por un largo tiempo le generaba un dolor insoportable. No es como si tuviera opción después de todo, eran órdenes del tipo mayor.

Me acerqué y la abracé con cuidado, acariciando sus brazos con extrema suavidad. Mi madre era una mujer pequeña y muy delgada, de piel pálida y rostro redondo. Tenía una apariencia tan delicada y vulnerable que temía hacerle daño accidentalmente. Me separé lentamente, no sin antes dejar un beso en su frente. Hace unos años que debía agacharme, ya le sacaba unos buenos veinticinco centímetros de diferencia.

—Prométeme que volverás sano y salvo. —habló esta vez más dulcemente.

—Sabes que no puedo hacerlo.

—Jung YoonOh, no te irás de aquí sin jurarlo.

Solté un suspiro antes de asentir y levantar mi mano derecha. Me paré recto, sacando pecho y con la mirada en alto, para hacerlo ver como una juramentación importante.

—Lo juro.

Sonrió con las lágrimas ya bajando apresuradamente por sus mejillas, poniéndolas mucho más rojas que antes. Le tendí el pañuelo guardado en mi bolsillo, uno que ella misma se había encargado de bordar y doblar delicadamente para llevarlo conmigo durante el viaje. El plan era guardarlo en el bolso junto con las otras cosas, pero yo sabía que iba a necesitarlo para este momento. Lo pasó suavemente por su rostro eliminando casi todo rastro de humedad de él.

La volví a abrazar, esta vez con un poco más de fuerza que antes. No volvería a verla hasta dentro de unos años, quizá cinco o más, él no había especificado bien el tiempo que debía quedarme allá.

Aún recuerdo exactamente el día que vino a ordenarme irme de mi casa. Mi madre y yo acabábamos de terminar de cenar cuando apareció delante nuestro en su forma humana. Solo lo había visto unas pocas veces durante toda mi vida, una en mi cumpleaños número quince y la otra en el veinte, pero su apariencia era algo que nunca olvidaba. A simple vista era un hombre normal, metro noventa y musculoso, cabello negro y piel demasiado blanca pero con un tono grisáceo. Dentro de todo ello, eran sus ojos lo que lo delataban. La esclerótica era de color negro, el iris de un color dorado y la pupila también negra con forma alargada. Nunca tuve pesadillas, era imposible para mí el tener una, pero estaba seguro de que esos ojos podrían ser el mayor temor de muchos niños y adultos.
Se presentó en un traje completamente negro. Su típico bastón en mano y lleno de joyería. Primero se acercó a mi madre, besándola con tanta fuerza que hizo sangrar sus labios. No hice nada, no podía ni debía, solo aparté la mirada sintiendo como las garras se incrustaban en las palmas de mis manos. Cuando terminó con su espectáculo, se dirigió a mí. Levanté la vista enfrentándolo, a él parecía agradarle el hecho de que no me rebajara a su presencia, algo extraño sabiendo su naturaleza. Puso ambas manos heladas y ásperas en mi cuello y fue subiéndolas hasta llegar a mis sienes. Hizo un ligero corte desde mi ceja derecha hasta mi quijada antes de hablar.

Algo interesante se acerca, no te diré qué es porque le quitaría la diversión. Prepara tus cosas, te vas en una semana.

—¿Por cuánto tiempo? —pregunté sabiendo que no había forma de negarme.

Tenebris Donde viven las historias. Descúbrelo ahora