Capítulo veintiuno

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Había algo que no estaba bien.

No podía decir exactamente de qué se trataba, pero estaba completamente segura de eso.

Erick no le decía nada, pero era capaz de mirar la inquietud en sus ojos. De un momento a otro había parado las compras y se sentaron en una cafetería a descansar. Él estaba frente a ella con los brazos cruzados, sumergido en lo más profundo de sus pensamientos mientras él refunfuñaba cosas que ella no entendía y fruncía el ceño.

— ¿Recordarme incesantes veces que el rojo no es mi color te ha puesto de mal humor? — Anastasia dejó de lado su té helado para romper con el silencio. — Pues tú tampoco te ves muy atractivo con el gris y no me ves haciendo pucheros.

— No estoy haciendo pucheros, los hombres como yo no hacemos puch... — Se calló de repente cuando parte del glaseado de un postre fue a parar a su cara repentinamente. — ¡¿Qué crees que estás haciendo?!

— A los niños hay que disciplinarlos para que no digan mentiras. — Comenzó a reírse al ver la crema deslizándose por su cara.

— Eres una desvergonzada, no sientes ni la más mínima cantidad de respeto hacia mi persona. — Con una servilleta y el ceño fruncido de nuevo se limpió la cara, solo para recibir otro golpe de glaseado. — ¡¿Pero qué diablos está mal contigo?!

— Hiciste otro puchero. — Escondió tras su espalda la cuchara de plástico, el objeto con el que le estaba arrojando la crema.

Pero sus intentos de alivianar el ambiente fueron en vano, la furia de Erick se había triplicado de repente. — Eres una Russo, debes dejar de comportarte como una mocosa y madurar. Este tipo de juegos patéticos no deberían ir con la personalidad de la señora Russo ni te llevarán a algo bueno ¿Crees que causarás una buena impresión a mi familia arrojándoles crema en la cara? Te degollarán.

— No necesitas ponerte tan a la defensiva, si todo lo que quieres es a alguien callada te hubieras casado con un maniquí. — Gracias al mal humor de Erick regresó a estar en completo silencio, mirando a las personas caminar a través de la vitrina junto a la que estaban sentados. — ¿Q-qué es esto? — Preguntó justo el momento después de que su mirada fuera cegada con glaseado.

Giró la cabeza para ver a Erick cuando pudo retirarse los excesos, él se encogió de hombros. — Estabas haciendo un puchero.

— Lo hiciste a propósito, tú, idiota.

Y justo después de que se limpiara la cara comenzó una pequeña lucha con la crema de los pasteles. Lucha que de alguna manera extraña se convirtió en una guerra de comida feroz entre ambos.

— ¡¿Por qué no te detienes?! — Preguntó Erick cuando ya estaba al borde del desespero.

— ¡¿Por qué no te detienes tú primero?! — Respondió de vuelta.

— ¿Y perder contra ti? Primero muerto.

Era completamente divertida la manera desesperada en que había pedido al menos un pastel entero solo para tratar de atinarle a su rostro, con una pésima puntería de por medio.

— ¡Basta, los dos! — Una siniestra voz hizo que se detuvieran, a juzgar por su apariencia se trataba de la dueña del lugar. — Esto es un café decente, no un campo de batalla. Limpien sus rostros y lárguense de aquí de inmediato, si vuelvo a ver sus caras lo lamentarán.

Anastasia y Erick salieron de la tienda como perritos regañados, ella giró su cabeza hacia él. Estaba completamente lleno de pastel y crema, desde su reluciente cabello hasta elegantes zapatos, se veía tan gracioso que no pudo evitar el reírse — No sabía que la gente rica también podía verse así.

Esposa del CEOWhere stories live. Discover now