Capítulo treinta y uno

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No importa qué tanto forcejeó para salir corriendo, su fuerza no podía ser comparada con la de tres hombres encapuchados.

— ¡Suéltenme! — Gritó, tenía los ojos vendados y las manos atadas tras la espalda. — Por favor, no ganarán nada bueno secuestrándome... Por favor.

Estaba asustada, no le gustaba la manera en la que jugaban con su cabello y apretaban su muslo. Las lágrimas ya habían decorado todo su rostro y el calor dentro del auto hacía que su cabello se le adhiriera a la piel gracias a una capa de sudor.

— No te lo tomes personal, solo estamos siguiendo órdenes. — Escuchó decir a uno, claramente Anastasia pudo oír el sonido del arma siendo cargada. — Ahora no te pongas chulita si no quieres salir del auto con una bala incrustada.

— Nos pidieron que no te matáramos, pero no dijeron nada de no herirte. — Comentó otro, precisamente el que estaba tratando de colar su mano por debajo de la ropa.

— ¿Q-quién los envió a mí? — Preguntó luego de haber reunido el poco coraje que le quedaba. — Mi esposo les dará el doble si me dejan partir ¡De verdad! N-ni siquiera los acusaré con la policía.

— Hablas demasiado. — Uno de los hombres apuntó su arma contra la cabeza de Anastasia, quien palideció al sentir el frío metálico. — Ustedes los ricos creen que pueden resolverlo todo con dinero, ¿Acaso todo su dinero podría regresarte a la vida? — Sonrió al ver que Anastasia enmudeció — Así te ves más bonita, callada. La persona que nos pidió traerte nos advirtió sobre los trucos que tratarías de usar para librarte y dijo que pagaría el triple de todo lo que tú ofrecieras.

En ese momento trató de pensar en todas las posibilidades, pero nadie en particular llegaba a su cabeza.

Hasta que, por un momento, su cerebro conectó las neuronas suficientes como para recordar que los secuestradores no especificaron el género de su captor. — ¿Edith los envió? — Giró la cabeza, tratando de buscar algún sonido que escuchar, una respiración fuerte, el movimiento de algo, pero todo fue silencio.

Por supuesto que no podía tratarse de otra persona que no fuera Edith Donaire. — Esa maldita perra se atrevió. — Gruñó, apretando las manos. — ¿Qué es lo que van a hacerme?

No hubo respuesta.

Entonces temió lo peor.

Si quería sobrevivir lo único que podía hacer era bajar la cabeza y esperar su destino, si tenía suerte podía salir corriendo apenas la bajaran del auto y contactar con Erick pidiendo algún móvil prestado, quizá buscar auxilio con la policía si corría con la suficiente suerte.

Pero en absoluto podía dar un paso en falso, la situación era crítica, más de lo que esperaba.

— Muévete... — La bajaron del auto de un tirón en que casi termina de boca en el piso, Anastasia esperó el momento en que la soltaran para huir, pero aquellos hombres la escoltaron sujeta del brazo y le guiaron el camino.

Podía escuchar las hojas secas siendo pisadas, estaban caminando en un sendero rodeado de árboles. La brisa fría de la noche entrante chocó contra su rostro, tratando de silenciar su llanto silencioso. — Por favor no... — Gimoteó, terminando en el momento en que ella tropezó y cayó al suelo, podía sentir el frío del fango ensuciando sus piernas y cara. Al menos rogaba que se tratara de lodo. — Haré lo que me pidan... Por favor déjenme ir.

— ¿A dónde crees que vas? — Uno de los secuestradores la capturó cuando se puso de pie y trató de salir corriendo. — Aún no hemos llegado.

— ¿V-van a darme el tiro de gracia en un lugar apartado? — Escuchó las risas burlonas de sus captores, haciendo que empeorara su llantén. — Yo no quiero morir...

Esposa del CEOWo Geschichten leben. Entdecke jetzt