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"Si en el crespúsculo el sol era memoria, ya no me acuerdo." —Mario Benedetti.
Apoyó ambas manos enguantadas sobre la mesa sucia y desgastada, para después dejar caer su cuerpo sobre la silla del mismo material, con poca gracia a la que acostumbraba. Cada parte de su cuerpo parecía estar temblando con cada inhalación profunda, al mismo tiempo que su pómulo derecho hormigueaba con la más placentera sensación. Era una extraña reacción de su parte. Jamás había sentido tal atracción hacia el sexo opuesto y quería convencerse de que se debía a su encierro y carencia de vida social, pero entre más se repetía aquello, menos se lo creía.
Existía cierto aire especial alrededor del brujo que la había hipnotizado con el paso de los días. Era un aura magnética a la cual ya no estaba segura si podría resistirse por más tiempo. Tampoco estaba segura si quería hacerlo.
Se sonrojó nuevamente y llevó una de sus manos a la zona, extasiada con la leve sospecha de que quizás, por primera vez en su vida, el mundo no parecía querer lanzarse en su contra, sino que esa vez le estaba dando un camino. Pero, ¿un camino para qué?
Apretó los labios y dejó que esa vez los sonidos de la taberna se colaran por sus oídos, esperando distraerse. No funcionó. Había huido apenas encontró la oportunidad. Con la inesperada llegada de Blanche a la habitación, Margery no tuvo tiempo de reaccionar con normalidad y, en medio de un revuelo de palabras, que de seguro fueron totalmente inentendibles para la confundida maga, salió del cuarto con rapidez y con la mirada gacha. No quería imaginarse qué pensaría la morena al encontrarla en un momento tan privado como escandaloso.
Después de todo, ella seguía siendo la princesa de Mercibova.
Y, aún así, ni su mente ni su corazón parecían querer dar tregua bajo el acontecimiento que parecía ser un hecho: Geralt de Rivia podría ser inmune a la Maldición del Naranjo Seco. Por eso, ahora existía una urgencia que la pelirroja antes no había podido identificar. Pero no era desespero. Casi se atrevía a relacionarla con una corazonada, donde no temía que la esperanza obstaculizara sus pensamientos ni razón, porque era la realidad. Ella nunca había luchado en contra de ello y por eso, ahora le daba la bienvenida con otra cara.
—¿Te encuentras bien?
Ante la imprevista voz dirigida hacia ella, le fue inevitable asustarse. Al posar sus verdosos irises sobre el compasivo rostro de Blanche, el mundo se asentó a su alrededor y el bullicio de la taberna y la posada inundó sus oídos al fin, al igual que los diferentes aromas de bebidas y comidas que ella desconocía. Asintió hacia la maga y desvió sus ojos hacia la superficie irregular de la mesa de madera.
