Capítulo 6.- Lágrimas purificadoras

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Probablemente el regreso a la casa en la cual creció no habría sido tan melancólica de no ser por las palabras que le dio Erwin en la comisaría. No habría abierto la puerta con el deseo de preguntar si había alguien en casa ni se hubiese sentido tan cansada sólo de pensar que tenía que encender por su cuenta las lámparas de aceite y preparar el fuego del hogar. Si no fuera por Erwin, no hubiese buscado en cada rincón de la casa los rastros de su infancia, cualquier recuerdo de sus padres y la vida que tuvo antes de partir a Francia.

Sí, era mucho más sencillo culpar a Erwin de ese brote de nostalgia y así no sentirse patética cuando el llanto la atrapó a mitad del descanso de las escaleras de la segunda planta, haciéndose un ovillo mientras lloraba como una niña pequeña contra las faldas de su vestido.

¡Era su culpa, totalmente!

Si no le hubiese recordado que estaba sola. Si no la hubiese abierto las viejas heridas. Si no…

Oh, a quien quería engañar. Estaba ahí sola, nadie la vería llorar porque extrañaba a sus padres y lamentaba no haber pasado más tiempo con ellos. Nadie sabría que en el fondo ella no culpaba a Erwin por haberla dejado ir, aunque seguía doliendo aquella herida en algún rincón de su corazón.

No, realmente sólo estaba triste.

No había estado presente cuando su madre murió de escarlatina y su padre, en el afán de cuidarla y no separarse de ella, se había contagiado y había muerto sólo unos días después.

Ella era doctora, pero no había estado presente para ayudar a sus padres. Había llegado casi una semana después para el funeral, el cual fue organizado por Erwin, pues sabía que ella necesitaba un respiro.

El dolor por la pérdida había sido tan grande que se había devuelto a París sólo unos días después, lo cual fue todo un escándalo. Se acostumbraba que las mujeres tuvieran largos períodos de luto donde sólo podían lucir feos vestidos de crepé negro y no se les permitía asistir a eventos públicos ni mucho menos viajar.

Y ella se había marchado a París para continuar sus estudios, dejando en Londres a un administrador que se hiciera cargo del alquiler de su casa.

Todavía egresada de la escuela de medicina, Hanji no había vuelto a Londres. De algún modo, llegó a considerar la posibilidad de quedarse en el continente; tal vez viajar a Alemania o España. Pero cuando recibió aquella carta de Erwin, solicitándola específicamente a ella, supo que debía continuar con su vida. No sólo vivir un día más, sólo por una rutina diaria, sino volver a ser la joven que se había ido al extranjero para convertirse en una profesional y valerse por su cuenta.

La última semana había trabajado en el caso del asesino de Londres, involucrándose de un modo que no creía posible.

Pensar en eso la hizo sentir un poco mejor, calmando el llanto poco a poco. Tal vez el mundo fuera cruel, injusto y depravado, pero ella había sacrificado una vida ordinaria para darle voz a las víctimas de crímenes atroces como aquellos, y así llevarles justicia a sus familias.

Es verdad.

Hanji suspiró, levantando la mirada mientras se llevaba una mano a la cabeza. Tendría que tomar agua con bicarbonato si quería disminuir la migraña, pero al menos había dejado salir todas aquellas emociones que había contenido durante dos años.

Puede que Erwin tuviera razón en algunas cosas, pero ella era más fuerte de lo que él pensaba. Y gran parte de esa fuerza la obtenía del idealismo de que el mundo podía ser un poco mejor.

— Aunque… Tal vez sí debería adoptar a un perro. —Pensó en voz alta.

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La hora del té era sagrada para la mayoría de los ingleses de clase media. Era una de esas pocas cosas que los conectaban con la clase alta, la aristocracia y la nobleza, además de ser una excelente excusa para salir e intercambiar los últimos chismes de la temporada.

Jack el destripadorWhere stories live. Discover now