Capítulo 39.- Un último beso

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Wraysbury era un pequeño pueblo dentro de los límites de Windsor, la "Ciudad Real", donde se hallaba uno de los castillos más antiguos del reino.

Ubicada entre sus hermosos bosques y cerca de un precioso lago natural, se escondía tímidamente Ransom Manor, una mansión recientemente reformada que había sido construida durante el siglo XVI. Se decía que había sido el obsequio más caro de un rey a su amante, aunque nunca se había confirmado nada. 

Como sea, las antiguas torrecillas de la mansión y sus frecuentes escaleras cubiertas por enredaderas de rosales le daban aquel aspecto antiguo y señorial, pero las nuevas reformas la mantenían lejos de ser una casa venida a menos como venía sucediendo con las propiedades de muchos aristócratas.

Se le había instalado agua corriente y mejores sistemas de ventilación y calefacción, además de poseer un mobiliario moderno, un juego de elevadores de carga en cada habitación y un considerable equipo de servicio capaz de manejar estos artefactos. 

En pocas palabras, Ransom Manor era un hogar tranquilo y lleno de comodidades para sus ocupantes, sólo lo bastante cerca de Londres para que su propietario pudiera ir y venir de la ciudad a su antojo. 

Erwin había estado ahí sólo una vez, pero eso bastaba para recordar el camino. 

Desde el centro de Londres, un viaje tranquilo en carruaje le tomaría sólo dos horas para llegar a la hermosa finca isabelina. Puede que menos. En cambio, él sólo podía llegar ahí a pie. No podía correr el riesgo de que alguien lo descubriera al alquilar un carruaje y le sería imposible cabalgar con un sólo brazo. 

Casi ocho horas le costó llegar a Wraysbury, con algunos descansos en el medio que no contribuyeron con su enfurecida ansiedad. 

La información que Reiner Braun le había facilitado no era demasiada, pero sí suficiente para saber quién movía los hilos detrás de Berthold Hoover. 

Era posible que ni siquiera los dos mozos del Craven's supieran cuán relevante era el "doctor", ni muchas otras personas involucradas en el caso. 

Después de todo, Zeke Fritz había hecho hasta lo imposible para guardar su vida privada entre los muros de su finca.

Incluso cuando trabajaban juntos en Scotland Yard, había una brecha importante entre el Comandante y el médico forense a cargo. 

Algunos ni siquiera recordaban al rubio de lentes y barba, como si fuera un vago recuerdo que se ocultaba en la sala forense. A diferencia suya, Hanji había llegado como un remolino ruidoso y alegre, haciéndose amiga de varios oficiales desde la primera semana. 

La disonancia entre ambos médicos era abrumadora, y aún así... todo indicaba que se conocían de algún lado. 

Las emociones de Erwin se habían cerrado a cal y canto en un cofre bajo llave, desde que lo hubieran acusado de ser el destripador. No sólo porque entendía la situación en la que se encontraba, sino porque sospechaba que dadas las circunstancias, incluso Hanji podía llegar a sospechar de él. 

Y odiarlo si realmente creía que él estaba detrás de los homicidios. 

No la culpaba si fuera el caso. No es que él fuera realmente inocente, pero debía protegerla hasta donde fuera posible. 

Ella tal vez no podría entenderlo, y tal vez tendría razones para no volver a confiar en él en toda su vida. Descubriría que sus manos jamás habían estado del todo limpias, y que había hecho una buena elección al elegir a Levi en vez de a él. 

Jack el destripadorWhere stories live. Discover now