Capítulo 19.- Secretos a la vista

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Con lágrimas en los ojos, Hanji observó fijamente al detective mientras la música paraba y con ella el baile y el hechizo. Las parejas a su alrededor compartían unos últimos comentarios mientras los asistentes aplaudían y se preparaban para la siguiente ronda.

Sin embargo, Hanji sólo podía mirar al hombre que tenía en frente.

Ese enano cascarrabias, violento y con un pasado de criminalidad y mentiras. Ese hombre que tenía la capacidad de doblegar a cualquiera y rajarle la garganta. Ese que en sus momentos más íntimos, la había comprendido y le había ofrecido una espalda fuerte en la cual apoyarse, sin subestimarla ni menospreciarla con condescendencia.

En serio se había metido en un lío gordo.

— ¿Hanji? —Levi se sobresaltó cuando la doctora retrocedió unos pasos, dándose la vuelta para apresurarse lejos de él.— ¡Hanji!

Pero ella no se detuvo. No esperó por él.

El tumulto de invitados el salón de baile era suficiente para representar una pista de obstáculos, pero la desesperación la hizo huir sin mirar atrás. Necesitaba un poco de aire con urgencia.

No se dio cuenta en qué momento había dado con el salón de caballeros, donde la mayoría compartían puros y charlaban sobre política. No era un buen lugar para mujeres, de forma que cuando se percataron de su presencia, se levantó un murmullo reprobatorio.

— Yo me encargo. —Murmuró una voz masculina.— Creo que se ha sofocado.

El coro de voces cambió a un tono más comprensivo, pues además de común, era bien visto que una mujer sufriera estados de debilidad que constataran su naturaleza frágil y delicada.

Nada podría haber ofendido más a la doctora, quien levantó la mirada lista para replicar que sólo estaba un poco alterada.

Aunque eso no la habría dejado muy bien parada tampoco.

De cualquier modo, aquel hombre se acercó a ella y con gentileza la rodeó con uno de sus brazos sin llegar a tocarla.

— Por favor, señorita, permítame llevarla a la terraza. Ahí podrá tomar un poco de aire.

Aunque Hanji no deseaba ir a ningún lado con un hombre extraño, tenía que reconocer que salir a tomar aire fresco le sonaba estupendo, así que se limitó a asentir y seguirlo.

Sólo podía mirar al suelo, a la bastilla de su vestido, que susurraba contra el suelo a cada paso que daba. En el borde, la tela destacaba con hermosos bordados dorados...

Levi había sido tan encantador al obsequiarle ese vestido...

No se dio cuenta que estaba llorando hasta que el hombre a su lado le extendió un pañuelo. Ella levantó la mirada mientras él abría la puerta del balcón.

Se trataba de un hombre joven de cabello rubio, aunque su barba le daba un aspecto maduro. También usaba gafas, y era tan alto como Erwin Smith.

— Gracias. —Ella aceptó el pañuelo, limpiándose las lágrimas bajo sus propios anteojos. Caminó hacia la barandilla de la terraza y respiró gustosa el aire frío de Londres.— De verdad me sentía sofocada ahí dentro.

— A pesar de lo que dije, y de la creencia popular, las mujeres no son más propensas a los desvanecimientos que los hombres... —Lo escuchó decir—, a menos que no hayan comido o que su corsé esté muy ajustado.

Sorprendida por aquella observación, Hanji le dirigió una mirada evaluativa. No muchos caballeros tendrían el atrevimiento de hablar sobre prendas interiores a una extraña.

Jack el destripadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora