Capítulo 8.- Dos por uno al infierno

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En aquellos días de 1888, la idea del teléfono apenas era patentada, pero faltarían muchos años antes de que los primeros modelos llegaran a las instituciones públicas. Por esa razón, no existe forma de que Mike Zacharius pudiera comunicarse con su superior para que le enviaran refuerzos a Crawford Street en tiempo real.

Sin embargo, la policía tenía algunos métodos de comunicación más simples y eficientes.

Mike recurrió al que tenía más a la mano, que era su silbato de servicio.

Se trataba de un silbato de plata del tamaño de un melocotón, el cual siempre debían llevar colgando del cuello. Como sucedía siempre que era soplado con fuerza, el oficial de guardia más cercano llegaba al origen del sonido.

En este caso, fueron los oficiales Hannes y Berner. Al ver al más joven, Mike contuvo un suspiro.

— Hubo un ataque en la esquina de Crawford y Beker. —Les informó.— La víctima escapó e hirió a su agresor, así que podemos suponer que el sujeto no ha podido ir lejos. —Mike miró a Hannes, un hombre poco mayor que él que habría tenido un ascenso años atrás si no fuera por sus problemas con la bebida.— Hannes, tú vienes conmigo a investigar. Barner, quiero que vayas a la estación de Marylebond y le digas a Abel Galloway que monte guardia en mi casa hasta que yo vuelva.

Los dos oficiales levantaron las cejas con sorpresa, pues no era común que nadie, ni siquiera un oficial de alto mando, mandara guardias a su casa sin necesidad.

Algo tenía que haber pasado.

— ¿Quién era la víctima, Teniente? —Preguntó Moblit, ansioso.

No es que Mike se viera en la obligación de responder, pero la mirada ambarina de Moblit le hizo saber que él merecía conocer los detalles del caso.

— La doctora Hanji Zöe.

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El Craven's era un establecimiento triste durante el día, pero durante la noche nadie podía acudir al club y declarar plenamente convencido de su aburrimiento.

Nadie, excepto Levi.

En honor a su promesa de no hacer alborotos policiales, había acudido vestido un poco más a la moda. Menos "oficial", como solía llamarlo Derek Craven, el dueño del club. Su chaqueta negra era suavizada por un chaleco rojo borgoña y una elegante corbata blanca atada al cuello. Incluso siendo un club de mala muerte con prostitutas y ebrios, los asistentes solían ir con sus mejores galas, tal vez para no olvidar que muchos de ellos eran parte de la aristocracia.

Los empobrecidos por la revolución industrial, los que habían manchado su reputación siendo excluidos de las altas esferas y los segundos hijos, siempre a la sombra del título de sus hermanos mayores.

Era uno de estos últimos hombres quien interesaba a Levi, mientras bebía del mismo vaso de whisky desde hacía más de dos horas.

No era muy adepto al alcohol, prefiriendo el té por encima de cualquier otra bebida. Pero habría sido extraño y sospechoso que fuera el único abstemio en todo el lugar.

Levi sabía que no había ninguna garantía de éxito aquella noche, pero aunque estaba dispuesto a volver cada maldito fin de semana del resto de su vida, deseaba fervientemente que Uri Reiss apareciera pronto. No quería darle a Kenny una semana más para rajarle la garganta a otra mujer.

Pese a su renuencia al licor, dio un largo sorbo a su bebida. Odiaba pensar en Kenny.

Le había dicho una y otra vez a Hanji que no podía asegurar que su conocido fuera el asesino que estaban buscando, pero eso no quitaba el hecho de que Kenny sí era un asesino.

Jack el destripadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora