Capítulo 37.- Las Metamorfosis

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¡Oh amor poderoso! Que a veces hace de una bestia un hombre, y otras de un hombre una bestia. — William Shakespeare 

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París - Septiembre de 1886

— Mademoiselle Zoé, le ha llegado correspondencia de Inglaterra. 

La voz de Lucille, su compañera más joven de la residencia de enfermería, poseía una nota dulce y lírica, enfatizado por el francés natural de París. Todo el mundo decía que podría haberse dedicado a la poesía en lugar de a la medicina. 

Sin embargo, Hanji pensaba lo contrario. 

El pulso de Lucille era impecable, sus manos tan gentiles como las de un ángel, pero su fuerza al levantar a un enfermo se comparaba a la de Hércules. 

Se había acercado a ella durante la mañana, mientras las demás desayunaban en el comedor comunitario. 

— ¿En serio? —Hanji levantó la mirada de su escritorio. Había estado escribiendo algunas notas sobre la investigación de un colega alemán. De pronto le había nacido el deseo de escribir su propia tesis sobre efectos post-mortem de muertes violentas. — Aún es temprano en el mes. Esperaba las cartas de Nanaba para el día de todos los santos. 

— Oh, creo que no es de Madam Zacharius. —Replicó Lucille, revisando el remitente.— Dice que es de un tal Comandante Smith. 

El corazón de Hanji se aceleró como un ferrocarril. 

Luego de que Lucille le entregara la carta, la forense destrozó el sobre para echar un ojo a su contenido. 

No había recibido noticias suyas desde el año pasado, lo que era natural considerando su trabajo tan lleno de responsabilidades. 

¡Y Comandante de Scotland Yard! Nada más ni nada menos. 

La felicidad que experimentó fue entremezclándose con el desconcierto y la inquietud a medida que leía la misiva. 

Las palabras cariñosas eran tan cordiales como siempre, apropiadas para un buen amigo de la infancia y nada más. Sin embargo, pronto le hizo saber que no se trataba sólo de un mensaje amistoso. 

"... Pero más allá de mis inmensas ganas de verte, tengo que reconocer que necesito tu ayuda. 

Scotland Yard y la población de Londres lidian ahora con un misterioso asesino serial y las pistas son en verdad confusas. 

Mi departamento necesita un médico forense. 

Y yo te necesito a ti, Hanji."

Habría sido mentira decir que lo consideró, como si no hubiese tomado la decisión de volver a Inglaterra desde el momento que terminó de leer la carta. Pero lo verdaderamente aterrador era saber que, en el fondo, esas últimas palabras trajeron al corazón de la científica una esperanza que creía desaparecida. 

No fue como las emociones de antaño, cuando no podía controlar sus impulsos junto al atractivo abogado de Oxford, pero sentía las mismas mariposas furiosas en su estómago, tal como en aquellos días. 

En el recibidor de Scotland Yard, cuando aquel oficial la confundió con una enfermera, Erwin le había dado una de esas miradas tranquilas que tanto recordaba de él. 

Esa mirada por la que algunos creían que debía ser profesor como su padre, tan paciente y cordial, con los ojos azules tan suaves como el mismo cielo. 

Pero ella conocía al hombre detrás de esa fachada de caballero... o al menos había creído conocerlo. 

El instinto mordaz que salía a flote cuando las circunstancias lo requerían y que volvían aquellos ojos dulces en frías corazas de hielo. Conocía su ambición y su inmisericordia; conocía sus ansias de control. 

Jack el destripadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora