Capítulo 8

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El viaje en coche tarda menos de lo que Dona espera, tanto es así que una vez avista el gimnasio, tarda más de la cuenta en aparcar el vehículo. Además, ella prefiere quedarse unos momentos dentro del coche, acostumbrándose al entorno, y no hiperventilar como una desquiciada de paso.

— Solo es un gimnasio, nada más.— se autoconvence, pero siempre la cuesta empezar, sobre todo cuando Dona lo hace sola.

Entonces se centra en observar a la gente que entra y sale del establecimiento. Las ventanas son gigantescas y Dona tiene una vista perfecta del Gym allí. Dos señoras de avanzada edad ocupan la cinta de correr mientras charlan animadamente, hay un tipo haciendo pesas con los cascos puestos y una mujer realizando estiramientos en frente de un espejo.

Con apenas un vistazo Dona empieza a sentir vergüenza de sí misma. Las dos señoras ponen más voluntad de lo que Dona jamás haría por si sola.
— ¿Qué demonios hago aquí? — Acaricia el ceño con una creciente dolor de cabeza. —  Yo...no encajo en este entorno—  suspira. —  Debería empezar por hacer caminadas antes que esto.—  Razona, y por un momento Dona casi cree en la mentira que se está contando a sí misma. Casi.

Sin embargo, antes siquiera de volver a encender las luces de su Peugeot 206 azul medianoche, otro vehículo la corta el paso para aparcar al lado de ella.

Y vaya es la cara de sorpresa de Dona al darse cuenta de quien está en el volante.
— El gay de la panadería. — Dice bajito, con miedo de que él la escuche de alguna forma.— Mierda.— Rápidamente mira al otro lado tras ver que el tipo apaga el motor del coche y afloja el cinturón de seguridad para salir.
—Mierdamierdamierdamierda.— repite con nerviosismo, pero lo realmente incómodo pasa cuando el sujeto abre la puerta del coche, con tan  mala suerte que da en la puerta de Dona, con ella dentro.
♣♣♣

La prisa es archienemiga de la perfección. Y hoy de entre todos los días Albert tiene mucho de lo primero y nada de lo segundo. Tanto es así que al ver un aparcamiento libre, se mete de lleno, sin molestarse con las distancias y el espacio para salir con holgura del coche.

Solo cuando apaga el motor y se presta a salir del vehículo que se da cuenta de que no calculó bien las distancias. La puerta al abrirse da de lleno en el coche de al lado.

—Joder.— Encima para empeorar la situación, el dueño del vehículo está dentro.— Muy bien Albert, mejor imposible.—  suelta con ironía.— Ahora es cuando se caga en mis muertos y me lo tengo que tragar como la perra que soy.— Piensa en voz alta mientras sale del coche, y esboza su mejor sonrisa de telenovela. — Hola, perdona, lo siento mucho yo...— Se para en seco al ver una mujer salir del coche que no le hace el más mínimo caso, o mejor dicho, no hace caso de las excusas baratas de Albert. La mujer pasa a su lado, pero no lo ve. Se acerca preocupada a la puerta del coche  y la toquetea a ver si hay alguna abolladura.— Mira, lo siento ¿Vale? No creo que tenga arañazos ni nada del estilo solo...—Antes que él pueda seguir hablando la mujer se da la vuelta y lo fulmina con la mirada. Ocurre tan rápido que Albert no sabe qué decir por un momento. — Oye, ¿No eres tu la mujer de aquella vez?— Pregunta de repente al verla mejor.

— Sí.—La voz de Dona suena gélida.

— Joder.— Albert no puede evitar dejar escapar una risita floja.

— Eso no es gracioso. Más te vale que no haya un solo arañazo en esta puerta.— Apunta al Peugeot con seriedad.

— Lo siento, lo siento.— Él alza las dos manos en son de paz. — Pero sigue siendo gracioso, sabes.— Sonríe otra vez, y al ver que Dona aún no entiende a que demonios se debe la risa de Albert, él se  explica. — Es la segunda vez que nos vemos, y  me veo otra vez como un completo gilipollas delante de ti. Esa es la gracia cariño. — La guiña el ojo de forma coqueta, y Dona no puede evitar sorprenderse por ello.

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