-Capítulo 41-

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El molesto timbrado intermitente de la alarma hace que Albert se mueva como una serpiente en la cama. Con los ojos cerrados, en busca del molesto objeto que lo impide seguir inconsciente un rato más.
El pitido hace que la cabeza de él parezca un bombo, y que alguien lo está martillando sin descanso.

— Joder, joder, ¡Joder!— Finalmente Albert abre los ojos, pero no es capaz de ver un palmo frente a él. Al menos, no con uno de los ojos, ya que con el otro aún tiene las lentillas puestas.— Por fin.— Suspira aliviado al darse cuenta de que el móvil está enredado entre las sábanas. Son las seis y media de la mañana. Y él tiene que ir a trabajar.— Mierda.— Se rasca la frente con pesadez. El mundo no da vueltas, pero tan cierto como que el cielo es azul que Albert ve estrellas. Y no en el buen sentido de la frase.

Por desgracia, el mundo no se arrodilla ante él. Además, Albert sigue teniendo cuentas que pagar al fin del mes. No es como que él puede ir pidiéndose días libres porque sí. La luz, el gas, el internet y sus hermosas ropas de marca no se pagan solas.

— Aspirina.— Dice en voz alta con alivio. Él las tiene en uno de los cajones de la cocina. Por lo menos, levantarse ahora tiene una razón de ser. Aliviar la jaqueca.

Así que algo patoso, Albert se levanta de la cama y ve la luz de su mesilla de noche hecha un desastre en el suelo. Las gafas de Albert también, ya que él sin querer, la aplasta con el pie.

—¡Menudo día de mierda!— Vocifera, pero rápidamente se arrepiente al sentir un fuerte pinchazo en la cabeza.— Necesito las aspirinas.— suspira, teniendo cuidado de no pisar los cristales de la lámpara y alcanzando de paso las gafas, o lo que quedan de ellas.— Rayadas.— Contiene un grito de molestia. Él tendrá que pasar por la óptica hoy después de todo. Y además de pedirse lentillas nuevas. — Genial, ¿Qué más puede ir mal?

Y la ley de Murphy ataca otra vez. Nada es nunca tan malo que no pueda empeorar.

No hay aspirinas en el cajón de la cocina, para desespero de Albert.

— No puede ser. ¿Tan mal caigo a los de arriba o qué pasa?— Él cierra los ojos por unos instantes antes de volverse un completo maniaco. Mirando en cada bendito rincón de la cocina. Todos los cajones abiertos. Y ni una puñetera pastilla. La chica de la limpieza tendrá faena hoy, pero eso ahora para Albert es circunstancial.

♣♣♣

— ¿Qué te pasa Alb.? ¿Noche salvaje ayer?— Marta bromea una vez lo ve salir del ascensor e ir en dirección al despacho.

Albert apenas la echa un rápido vistazo antes de suspirar con molestia. Hay demasiado ruido de fondo para él. El mundo nunca le ha resultado tan sonoro como está siendo hoy. Y no es agradable.

Pero aun así, Albert es capaz de funcionar como un ser humano más del montón. O al menos, eso él intenta aparentarlo.

"¿Noche salvaje?" Él casi tiene ganas de reírse, pero no lo hace porque eso apenas empeoraría su jaqueca. Cualquier movimiento brusco hace que el martillo en la cabeza de Albert gane más sonoridad.

— Si emborracharme como si no hubiera un mañana y hablar sobre niños pasando hambre en África es salvaje para ti...— Él responde con la voz baja, mientras abre la puerta de cristal del despacho y entra. Marta lo sigue.

— ¿En serio?— La rubia se tira en la silla delante de la mesa de Albert con genuina curiosidad.

— ¿No tienes trabajo qué hacer hoy?

— Aguafiestas.— Marta suspira ya acostumbrada con el ingenio de él.— Cuando tú eres así de borde es porque tienes resaca. — Comenta indiferente.

— ¿Tienes alguna aspirina en tu bolsa?—Albert pregunta con la poca esperanza que le resta mientras se acaricia la cien.

— No Albert, no tengo. — Ella da de hombros.— ¿Tengo pinta de Doraemon para ti?

— Entonces silencio, por favor.— Él se da la vuelta para conectar la extensión a la red y encender el portátil. Ya que por desgracia, trabajo a él no le falta.

—¿Y con quién has charlado ayer sobre los niños de África?— Ella indaga sin moverse del sitio para más incordio de Albert.

— Dona.— Él dice con el rostro demacrado de haber dormido poco anoche. Pero con la misma rapidez que Albert habla, él se arrepiente de ello.

"Mierda."

Él no ha vuelto a decir nada sobre Dona desde el incidente del gimnasio. Y ahora sacarla tan de repente ha sido una cagada. Aunque, Albert no entiende realmente por qué él siente que ha cagado en algo.

Sin embargo, una parte de él confía en que Marta ya ha olvidado del nombre de Dona, y Albert podrá excusarse de alguna forma. Pero no, Murphy ataca una vez más cuando él levanta la vista y se encuentra con la de Marta. Tan penetrante como en la vez cuando Albert rompió sin querer el pintalabios de ella y fingió que la cosa no iba con él.

— Oye, espera un segundo.— Marta alza la mano derecha en alto. Mirada penetrante.— Ese nombre me suena.— Ella parpadea unos instantes antes de unir las piezas.— ¡La pirada del gimnasio!— La voz la cambia.— La negra que casi te asfixia la otra vez.— Lo señala con la ceja arqueada.— ¿Por qué estarías tú hablando con esa loca? No tiene sentido Alb.

— Habla más bajo, por favor. Solo te pido eso.— Él finalmente se sienta en la silla giratoria sin añadir o quitar nada sobre lo que Marta acaba de declarar.

Pero la parte más visceral de Albert, la que no quiere que el mundo explote y se haga el más puro y placentero de los silencios, está molesta con Marta.

A él no le gusta el tono de ella, o la forma como Marta se dirigió a Dona. Lo de "negra" y "pirada" sobra.

"¿Y por qué mierdas debe de importarme eso? Yo la llamé cosas peores."

Siendo "zorra" un apodo que Albert ha utilizado unas cuantas veces a decir la verdad. Y sin embargo, a pesar de eso, que Marta la insulte es... Molesto.

Pero, es más fácil que caiga un meteorito en la tierra y extermine por completo la raza humana antes que Albert diga algo al respecto.

Isabel puede ser una plasta, pero los interrogatorios de Marta son letales. Y peor, ella puede ser tan persistente como el inspector Javert de los miserables. Un grano en el culo, vaya.

FeticheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora