Capítulo 18

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— Bonito piso.— Dona observa su alrededor con una pizca de envidia mientras se sienta en sofá opuesto a Albert. El hombre que ella tiene en frente posee una estabilidad que Dona ni siquiera puede imaginar construirse por sí misma.  Aún vive con sus padres y apenas gana para ayudar con los gastos de la casa.— Y grande.

Albert cruza las piernas y ofrece una sonrisa petulante como respuesta.  Aunque a primera vista él puede parecer un hombre con exceso de confianza, se nota rígido, y puede que incómodo.

— ¿No vas a decir nada más aparte de eso?— Él la interroga entonces, o eso es lo que intenta hacer ver. Su pelo no está engomado hoy, y sus ojos azules oscuros son más penetrantes de lo habitual. La postura que él lleva es la que suele tener cuando tiene que dar una reprimenda a uno de sus compañeros de trabajo. Seriedad en cada poro de la piel.

— Ya te pedí disculpas ayer por el móvil.— Ella se lo recuerda mirándolo a los ojos. Es una mujer de pocas palabras, además de aburrida y fastidiosa según el rápido vistazo de Albert. Debido a que en todo el trayecto al piso de él, Dona apenas hablaba para preguntarle si el camino por el que ella estaba yendo era el correcto. Y él, como un completo gilipollas, se la indicaba.

— Por favor, las he oído mejores.— Él suspira.— Pero estoy curioso por saber de qué coño vas.— Dicha respuesta no evoca ninguna reacción de Dona, ella sigue ilegible. Y si las miradas matasen, no cabe duda de que Dona ya estaría muerta hace rato.

— Sigo manteniendo mi propuesta de ayer.— Dona comenta con la voz baja, el tipo de sonido que parece sentarla como anillo al dedo. El tono de una mujer que nunca aprendió a alzar la voz por sí sola. O lo que es lo mismo, una mujer patética que no sobreviviría una semana en el trabajo de Albert.

— Tengo que volver a recordarte de que soy gay, y que no eres para nada mi tipo. — Replica.

— Gracias por la honestidad.— Es la respuesta de ella, y por como le observa a él, Albert sabe que en verdad Dona está siendo sincera.

— Joder tía, te falta algún tornillo en la chota, de eso no me cabe la menor duda.— Albert peina los mechones del su cabello hacia atrás y ríe. Dona también lo hace, pero no de la misma forma que él.

— ¿Y sabes lo mejor de todo?— Dona se pone cómoda en el sofá a espera de una reacción de Albert. Cuando él alza las cejas a modo de interrogante ella sigue —  Que de los dos, tú eres el más chiflado.— Al ver la confusión en el rostro de Albert por unos instantes, Dona cruza los brazos, apoyándolos sobre sus corpulentas rodillas.— Me trajiste a tu casa, cuando podías perfectamente haberme despachado en la panadería sin más. — Comenta.— Además, estuviste observándome sabe dios cuanto rato en aquel banco de madera en frente del local.— Sonríe más.— Cuando yo ayer, te dije expresamente por el móvil que no pasaba nada con que me dejaras plantada. ¡Demonios! Estás en todo tu derecho  en hacerlo.— Detalla.— Y aun así has venido. Así que eso solo puede significar dos cosas: que te da morbo y curiosidad. Vaya pervertido estás hecho Albert.— Aunque el tono de Dona es suave, la forma que ella lo transmite es directa. Y eso es suficiente para hacer a Albert ponerse serio.

— No es por ser racista pero, no me ponen los negros.— Es su respuesta, pero eso no es suficiente para ahuyentar a Dona.

— No es por ser racista pero...— Dona repite la misma coletilla, con el mismo tono de voz de antes.—  Tampoco me ponen los blancos. — Pestañea un par de veces antes de añadir.— ¿Empezamos ya?

— ¿Perdona?— Eso lo pilla a Albert tan desprevenido que él no sabe como reaccionar.

— Quítate los pantalones...Por favor.— Dona señala la entrepierna de él con poco interés. Y casi de forma cómica, Albert cierra más la pierna, como una dama virginal.

— ¿Y por qué coño haría yo algo así?— Sus ojos azules la fulminan con desprecio.

— Porque me has enfadado, y necesito verte jadear de alguna forma.— Explica.— Además, necesito desquitarme con alguien, y si está será la única vez que yo pueda hacerlo, tendré que aprovecharlo al máximo.— Sonríe con algo de interés hacía Albert.

— Ni jodiendo.

— Pues échame.— Dona señala la puerta.— Después de todo, en ningún momento te obligué a traerme aquí con un arma apuntada en la cabeza.— Dice lo evidente, y extrañamente no hay signo de petulancia en su voz. Albert sabe detectar esas cosas demasiado bien.

— Vete de aquí.— Dice él finalmente.

— Vaya.— Dona suspira, y en parte parece aliviada mientras se levanta del sofá y estira los brazos. En aquel instante, ella estaba siendo más adulta que él, y Albert lo sabía.— No te volveré a llamar, y tampoco me verás en el Gimnasio, así que no te comas demasiado la cabeza que tu secretito estará bien guardado conmigo. — Aclara rápidamente. — Gracias por tu tiempo, y por favor, borra mi número de tu móvil. — Se pone seria.— No me gusta que extraños se contacten conmigo. — Vuelve a sonreír otra vez, pero es el tipo de sonrisa que uno ofrece a completos desconocidos.— Que te vaya bien, y que tengas muchos orgasmos satisfactorios.—  Se da la vuelta con la frente en alto, pero por dentro Dona es un caos. Nunca en su vida ella ha actuado de dicha forma. Y probablemente no volverá a hacerlo jamás. A no ser que...

— Espera un momento.— Dice Albert antes de Dona alcanzar el manillar de la puerta.

Y esta es la señal que ella ansiaba oír de él. Por eso, con dificultad Dona intenta no reírse victoriosa al darse la vuelta para mirarlo.







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