-Capítulo 68-

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Hace calor.

Tanto calor que empieza a embriagarla.

Y cosquilleos. Dos... Tres... Un escalofrío la recorre la espina dorsal cuando se da cuenta de donde viene el estímulo. Es la nariz de Albert, oliéndola. Sin permiso. El aliento de él tan terriblemente caliente que ella casi deja escapar un gemido.

Más rápido.

Distráete.

Que no me escuche.

La mano de Dona aplica más fuerza sobre el juguete, haciendo así que él gima alto y se balancee más sobre ella. Dona siente como el miembro de Albert roza en su tejano.

Demasiadas sensaciones como para ella catalogarlas todas. Algo cae al suelo, probablemente las gafas de Albert por como él está apoyado en ella. Dona siente de repente humedad y dureza sobre su piel. Dientes. No que Albert la esté mordiendo, aunque casi. Como si él estuviera rechinando los dientes de forma involuntaria, y el cuello de Dona, el lugar ideal para ahogar sus quejas.

Dona es incapaz de aguantar el gemido esta vez. Por eso, como manera de remediar el fallo, ella mueve el juguete dentro de Albert más rápido. Intentando enmascarar su desliz. Embriagada por las sensaciones.

Sin darse cuenta de que la mano de Albert pierde agarre en el pene de silicona, y entierra más el rostro en el hombro de Dona.

En un principio ella cree que está haciendo todo correcto, pero los gemidos de Albert se convierten en gruñidos, y el rechinar de dientes hace que Dona le agarre más fuerte de la cintura a Albert.

Y aun cuando el peso del cuerpo de él empieza a notarse, Dona todavía no se da cuenta de que algo va mal.

A-ahh...

Eso no ha sido solo un gemido, sino una queja. Y queja es sinónimo de que Dona ha pifiado en algo. Ella le está haciendo daño a Albert de verdad. En algún momento, ella empezó a aplicar más fuerza sobre la mano de Albert de lo que debería.

Como si Dona supiera la fuerza adecuada que aplicar para empezar.

Dios.

No.

Dime que no.

Que él no esté callado por miedo a decir basta.

"Ni siquiera le he preguntado cómo hacerlo bien." El deseo se esfuma de la mente de Dona en un pestañeo. Ella no tarda demasiado en apartar la mano que tiene anclada sobre la de él. Y con rapidez, ella le coge de los hombros con las dos manos para alejarlo. Dona necesita comprobarlo por ella misma antes que él lo esconda.

Y ahí está lo que ella tanto teme ver.

Lo primero que ella nota son mechones de pelo, luego, una mirada ensombrecida. Hay sorpresa en los ojos de Albert, pero también una mueca de desagrado. "Le he hecho daño. Le he hecho daño. Soy una persona horrible. No soy diferente de Alex. HORRIBLE HORRIBLE HORRIBLE."

—A-ama...

Dona no permite que él hable. A cambio ella se acerca más a él, aparta las manos del hombro de Albert y las apoya en sus mejillas.

—No vuelvas a hacerlo, ¿¡Me oyes?! —Ni ella entiende por qué está gritando, pero es incapaz de parar. —Mírame bien a la cara Albert, porque solo te lo diré está vez —sentencia. —Como te duela algo de verdad, y tú no tengas los cojones de decirme Fetiche, y yo me dé cuenta de ello —aplica más fuerza en las mejillas de él para que quede marca. —Esto acaba. ¿Me estás escuchando?

Albert parece tan consternado como Dona, pero asiente de forma afirmativa.

—¡Responde!

—Sí, t-te estoy escuchando ama. —La respuesta de él es bajita, pero es la que Dona necesita oír ahora.

—Bien. —Ella aleja las manos de él, que no tardan demasiado en convertirse en puños. Quizá, como forma de esconder el temblor que amenaza con asolarla entera. —Sácate el pene de silicona y luego levántate. Hemos acabado por hoy. —Y antes que Albert diga absolutamente nada, Dona sigue. —No quiero oírte hablar mientras lo haces.

En un principio, él hace lo que ella demanda. Dona observa entonces como Albert extrae el juguete de su interior sin ceremonia. Pero, la culpa la viene de golpe tras ver como Albert se tambalea al levantarse. Una de las rodillas le fallan por haber estado arrodillado demasiado tiempo. Y el brazo que él ha mantenido detrás de la espalda parece hinchado, y está rojizo.

La inexperiencia de Dona terminó por lastimar a un tercero. La vida real no es como en los fanfics o novelas de BDSM. Y Albert está pagando por este fallo que corresponde a ella.

Entonces él tropieza, y casi cae al suelo de no ser por Dona haberlo cogido a tiempo.

Dios, como pesa.

La frente de Albert descansa en el pecho de Dona. Convirtiéndolo en almohada, no que a ella la importe eso ahora.

—Cuidado ahí fiera, —Dona dice con amabilidad. —Que yo sea gorda, no hace que me sea más fácil sostenerte, ¿Lo sabes no? —Ella intenta tragarse la culpabilidad diciendo chorradas. Pero Dona sabe que nunca se le han dado bien. Tanto es así que Albert asiente una vez levanta la cabeza de los pechos de ella. A lo que Dona recuerda, que ella le mandó callarse antes. —El juego ha terminado ya Albert, puedes hablar si quieres. O insultarme un poco, si te apetece.

El silencio en él solo hace que la culpabilidad en Dona aumente más.

"Necesito oír su voz, por favor." Ella quiere comprobar que Albert realmente está bien. Incluso, la parte más cobarde en ella quiere disculparse arrodillada en el suelo.

Pero no.

Dona es tan cobarde como para no decir nada. ¿Y qué la convierte en esto? Ella no quiere saberlo.

Como distracción, Dona le quita los mechones negros de pelo de la frente, y el azul se hace ver de forma imperiosa. Las mejillas de Albert están rojas, y es un milagro que no haya quedado marcas de las manos de Dona allí.

—Mis gafas. —Él dice entonces, y Dona recuerda que sin ellas Albert no ve. Quizá por eso él la esté mirando tan fijamente ahora.

"Mierda."

Cierto. Perdona. Se me pasó. —Rápidamente, ella registra el suelo con la mirada hasta dar con las gafas fugitivas. No están muy lejos de ella, pero, Dona tiene miedo de soltar a Albert y que él se caiga. Además, ella nota lo sudado que él está. "Una ducha no le iría nada mal." La viene por la cabeza. —¿No te caerás si me alejo un momento?

—Joder, claro que no. —La mala leche en él vuelve a salir a flote, y eso, es un alivio para Dona.

—Bien. —Ella se desenreda de la cintura de él con cuidado, y Albert parece vacilar unos instantes, aunque no se caiga al final. Dona se dirige hasta donde están las gafas, y no tarda demasiado en volver a donde está él. —Ya está. —Es fácil para ella cogerle de la mano izquierda y poner las gafas en la palma de él. Lo extraño, es ver como Albert no se aparta del toque, sino que Dona es quien aleja la mano al final. Ella se excusa de que eso es porque él no la puede ver del todo, por eso no la ha apartado a tiempo. Con lo arisco que Albert es a menudo...

—Gracias.

—No hay de qué. —La voz de ambos suenan contenidas.

—Creo que iré a tomar un baño. —Él dice mientras da dos pasos hacia adelante, pero no sin antes esbozar una mueca de desagrado de paso. Le duele. Y a Dona no le gusta. Por eso, aunque sin permiso, ella vuelve a cogerlo de la cintura. —¡Qué haces! —Albert habla de forma defensiva de repente. El juego acabó, y él vuelve a mostrar sus garras. Pero a Dona no la molesta.

—Te ayudaré.

—Yo no necesito...

—Apóyate en mí y dime donde está el baño, anda. —El tono de Dona no admite réplicas. Y Albert tampoco parece muy animado de soltar mucho más.

—En la cocina. La puerta que hay a la derecha. —Puntúa.

Dona asiente y se pone en marcha.

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