-Capítulo 81-

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El móvil de Dona suena de repente, lo que la sorprende. El nombre de Albert aparece en pantalla no mucho después, y ella tiene el ímpetu de no coger la llamada. Sin embargo, al final Dona le atiende. No puede evitarlo, aun cuando ella está teniendo un lunes de perros.

—¿Dona? —La voz aterciopelada de Albert envía temblores por todo el cuerpo de Dona. Ocurre de manera automática. No es justo. Por eso mismo, como castigo, Dona se mantiene callada y respira hondo por unos segundos de más. —¿Estás ahí o qué? —El tono desinteresado de Albert mosquea a Dona todavía más de lo que ella ya está.

¿Cómo puede alguien enfadarla tanto? Dona no entiende en absoluto. Y sin embargo, eso la atrae más a él. Dando vueltas en la órbita llamada Albert.

—¿Qué es lo que quieres Albert? —Dona se alegra de que la voz la salga neutra y no exaltada.

—Oye, ¿Qué mosca te ha picado? —Él pregunta de manera casi inocente. Pero ambos saben que no hay nada de inocente en Albert.

—Déjalo Albert. Tengo trabajo ahora ¿Vale? —Es ridícula toda la situación, y Dona odia tener que ser la adulta de los dos. Tener siquiera una pizca de esperanza es inútil. Ella todavía está enfadada consigo misma por haber esperado todo el domingo un bendito mensaje de Albert. Y como es de esperarse, no hubo ninguno.

—Pero porque tu...— Antes de que él siga con la chachará innecesaria, Dona lo corta. Hay que parar el bucle. No es la primera vez que ambos discuten.

—¿Por qué no me enviaste el mensaje ayer? —Mientras más directa sea Dona, antes acaba la llamada y ella puede volver a hacer su trabajo en paz.

Y como es de esperarse, se hace el silencio. Dona no se molesta en llenar el vacío de la espera. En todo caso, si el silencio dura más de lo necesario, ella le colgará.

—¿Era aquello una orden? —El tono de Albert suena alterado para Dona.

"Por supuesto que no era una orden. Pero solo sí lo fuera tú lo harías ¿No?" Los pensamientos negativos ahondan en ella, y ahora más que nunca Dona desea colgarlo.

—No tengo tiempo ahora Albert, que tengas un buen día.

—¿Qué? ¿Me vas a colgar? No me jodas Dona. ¿Era aquello una orden sí o no?

—No. —Dona se obliga a responder.

—¿Entonces que coño pasa ahora? ¿Por qué tanto mal rollo?

—¿Mal rollo? ¿De verdad Albert? —Muy bien, él la está enervando demasiado. Así que la va ha oír, aunque sea apenas un poco. —Estoy teniendo un día terrible y tengo faena acumulándose. —Dicta aún con la voz neutra. —Encima me vienes tú, para sabe dios que temas, a ponerme la cabeza como un bombo. —puntualiza. —¿Y sabes qué? No tiene sentido que me llames por tonterías, para algo existe WhatsApp, utilízalo, te irá muy bien. —Mira al techo por instantes, en busca de inspiración divina, y traga saliva. —No, no. Ni siquiera te molestes con enviarme un mensaje ahora. Da igual. —Parpadea. —Ya no estamos en el domingo.

—¿Ya está? —La forma como él lo dice al otro lado de la línea le entran ganas a Dona de abofetearlo. Es un instinto surreal para ella.

—Sí, ya está. Ahora si no tienes nada más que decirme...

—Dame un respiro, ¿Quieres? Eso no está siendo nada fácil para mí que digamos.

¿Fácil para él? Dona no comprende.

—...

¿Qué? ¿No vas a decir nada al respecto? ¿Preguntarme el por qué? —Dona percibe que Albert la está echando algo en cara. Que de alguna forma ella es la culpable de toda aquella situación, y eso no la sienta para nada bien.

Una parte de Dona desea colgarlo. Y la otra desea mantenerse en silencio y esperar a que cuelgue él. Además, la empieza a formarse un nudo en la garganta, e independiente del calor, la sudan las manos de forma incontrolable. Pero ni siquiera eso la contiene lo suficiente como para cerrar el pico. ¿Cómo no? Albert saca lo peor en ella. Él la incita a que tome partido de las discusiones. La saca de sus casillas. La hace ser menos silenciosa. Más viva quizá. Más insoportable también. Por eso Dona habla, aunque obviamente sea contraproducente.

—¿Por qué?

—¡Vaya! Me alegro que lo preguntes. —El sarcasmo rebosa en la voz de Albert. —Y puede que esto te sorprenda, pero, no hace mucho me chiflaban las pollas que te cagas. Nada de coños. ¡Blasfemia para mis oídos! —Suena dramático. Puede que demasiado. —Sin embargo, fíjate, que el sábado pasado estuve a esto de meterla en un coño. ¿Y adivina? ¡Era el tuyo! ¿A qué es raro de cojones?

Oh dios. Dona no debería de haber abierto la maldita caja de pandora. La fallan las piernas, y aunque Albert no esté físicamente frente a ella, Dona desea meter la cabeza bajo tierra como los avestruces.

—¿Qué? ¿Sigues ahí todavía tontorrón de azúcar? —La ironía en el tono de Albert es incluso más amarga que el sarcasmo.

¿Cómo diantres consigue él ser tan malhablado con la cara tan ancha? Dona no lo conseguiría ni siquiera en ciento de años. Quizá sea un don en él.

—¿He sido tu primera experiencia con una mujer? —Es una pregunta estúpida, pero Dona no tiene la menor idea de cómo sobrellevar la situación por llamada.

—Oh joder, no. —La respuesta de Albert es inmediata, lo que confunde todavía más a Dona. —Pero si eres la primera a la que yo no sienta como una puta obligación follar. Y tócate los cojones, ni siquiera hemos llegado hasta el final. —suspira. —Así que entenderás porque yo no te haya enviado nada al día siguiente ¿Verdad? ¿O necesito ser más explícito?  

FeticheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora