Capítulo 10

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El cielo es tan hermoso como cada día. Y la gente sigue siendo como es. Dona también sigue siendo la misma.
Hoy lleva un moño en el pelo, la ropa más holgada de su armario, y bambas cómodas.  Además, como viene siendo típico ya, se encuentra sumergida entre los archivadores de su nueva cárcel llamada cuartito de facturas del año de la catapum.
Sin embargo, eso no es lo que la hace tan enérgica el día de hoy, sino el hecho de tener de presentarse en el bendito gimnasio a las 19:30.

Por eso, lo primero que hizo Dona a la hora del desayuno fue contactarse con la recepción del centro para registrarse y pedir precios. Todos caros, claramente. Albert, el tipo de ayer tiene pinta de ser un pijo de mucho cuidado, razona Dona. Y puede que esté en lo cierto, sobre todo al recordar el precio que la informó la recepcionista sin equivocarse en una coma.
La única ventaja es que el centro no la obliga a pagar meses por adelantado. Dona apenas paga el mes que disfruta, y siempre puede cancelarlo cuando la viene bien.

—¿Qué tal con los archivadores?—Douglas aparece en la puerta.
— Aún no los acabo.—Ella se da la vuelta esbozando una larga sonrisa. Después de todo, Douglas sigue siendo su jefe, y la cortesía siempre es necesaria, por mucho que ella no desee verlo en lo más mínimo.
— Tendrás que dejar de hacerlo por un momento, necesito que me hagas otra cosa.— Dice con tranquilidad y puede que con algo de petulancia.

Tanto es así que Dona se siente una completa inútil bajo el férreo escrutinio de él. Douglas la observa como si ella fuese estúpida, y de paso, lenta.  Y eso duele.

Pero más que sufrir  callada, Dona quiere atacar.

— Acompáñeme Donatela.

— Sí Douglas.— Responde con desagrado de su propia voz y de como suena tan débil delante de él.

Douglas es un hombre hermoso, uno tiene que estar ciego para no notarlo. Él tiene el tipo de apariencia que las autoras de novelas eróticas escriben a mansalva. Posee ojos claros un tanto verdosos, un cuerpo de ensueño prueba de que lo cuida y se ejercita,  además de tener un pelo rubio envidiable. ¡Si incluso lleva flequillo!

Que buena resulta ser la genética con unos cuantos, Dona suspira para sus adentros de camino al despacho de él.

E independiente de lo guapo que sea, él no resulta para nada un hombre agradable. Siempre que Dona tiene algún tipo de interacción con él, es todo  menos dócil.
Sin embargo con Ivonne, la recepcionista,  Douglas actúa distinto. Parece... Más amigable.

Dona no entiende por qué.

Quizá a veces, sin importar lo mucho que intentes, no caerás mejor a un individuo. Simplemente ocurre, y por desgracia, no hay forma de   remediarlo. Así es la vida después de todo. Aprender a  jugar con las cartas que tienes en la mano y darte por vencido con las otras fuera de tu alcance.  Dona lo comprende, y aun así, no puede evitar sentirse desilusionada cada vez que reflexiona consigo misma.
♣♣♣

Los diseños están perfectamente repartidos sobre la mesa del comedor de Albert. Hay 25 borradores en total, pero ninguno de ellos llama la atención a Albert lo suficiente como para ofrecer al cliente de muestra.

El LOGO de una empresa es extremadamente importante, y como director creativo que es, Albert lo sabe. Y esas cosas hay que hacerlas bien.

— La 14 y la 25 servirá de momento.—Rasca la cabeza pensativo antes de encaminarse a la habitación para escoger la ropa de hoy.— Algo formal no estaría nada mal hoy.— Busca unos minutos antes de encontrar lo que quiere.— Camisa blanca de botones y pantalón de tela color beige.— Piensa unos instantes antes de asentir. — Me gusta.
♣♣♣

En un pestañeo ya es la hora de comer y Albert apenas se da cuenta de ello.  Él está tan centrado explicando a uno de sus subordinados como realizar los cambios de la página web, que solo cuando Marta entra por la puerta que mira al reloj.

—  Perdona, ves a desayunar Julio, luego seguimos con la distribución de la home page ¿Okay? —  Sonríe amablemente al programador antes de mirar a Marta.—  Lo siento Cari, pero hoy tengo el día inestable.

— Eso veo.—  Responde.—  ¿Nos vamos ya?—  Marta  apunta hacía el comedor y Albert asiente levantándose de la silla.

Mientras caminan por el pasillo Marta saluda a unas cuantas caras conocidas  antes de volver a mirar Albert con seriedad, y él sabe por qué.

—  Antes que me preguntes, no, no he hablado con Isabel todavía.  Y tampoco pienso volver a disculparme.—  Añade.

— Está bien.—  Marta suspira.—  Ambos son grandecitos, y supongo que lo arreglaréis a vuestra manera.—  Albert asiente vigorosamente, sacando de paso una sonrisa a Marta.— ¿Qué con el LOGO?

—  Estresante, pero bien.—  Responde con honestidad.— Por cierto, hoy quiero presentarte a alguien.

— ¿A sí? ¿Y ya te has acostado con él?—  Marta no puede evitar replicar, haciendo así que Albert la encare con mal humor.—  Oh venga ya, solo estoy bromeando cielo.

— Cari, — Él la observa fingiendo estar ofendido.— ¿Tengo pinta de acostarme con mujeres?

— En el insti lo hiciste.—  Marta dice soltando una risita.

— ¡Eso ocurrió hace siglos!— Se defiende.—  Y fue solo una vez. Dios, ¿Por qué me lo recuerdas maldita? Aún tengo traumas.— Acaricia la cien haciéndose de víctima antes de sonreír.  

—  No seas malo, seguro que no ha sido tan malo como pintas.

— Confía en mí, yo estuve allí.— Albert replica con ironía.— Y encima perdí a una amiga por eso.

—  Oh, eso no me lo has dicho.—  Marta lo mira con curiosidad.—  ¿Qué pasó?

—  Ella estaba enamorada de mí, y yo, claramente no.—  Quita hierro al tema.— Total, que vendrá una la chica de la que te hablé hace un tiempo.

— ¿Qué chica?
—  La de la panadería. 
—  ¿En serio?—  Marta lo encara.—  ¿Pero de verdad verdadera?
—  Uhum.—  Asiente. — La misma.

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